Capítulo 27

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Conrad ha pasado olímpicamente de mí.

Es lunes y estoy en la oficina, pero sé que es uno de esos días malos porque todos lo notan. No contesta mis mensajes ni me regresa las llamadas. ¿Así serán las cosas ahora? ¿Mis sentimientos deciden desbordarse y él decide alejarse de mí sin escucharme? Quisiera meterme en el cuerpo de Conrad un segundo y comprender qué hice mal que pudo malinterpretarse. Verme desde sus ojos para entender porqué de repente se ha sentido inseguro hacia lo que sea que estábamos comenzando.

Las personas suelen ver más allá de uno mismo, así que no he dejado de pensar en qué hubo mal en mi reacción que lo pudo hacer creer cosas erróneas. ¿Lo amo todavía? No, no lo hago. Mi mente se responde de inmediato así misma, y nunca creí que podría responder a ello con tanta convicción. Desearía haber contestado así de rápido ayer cuando fue Conrad quien hizo esa pregunta y no mi cabeza.

—¡Maldición!

Me levanto de un brinco de la silla de escritorio cuando siento el chorro del café cayendo sobre mis pantalones. Uno de los folios se empapa, pero por instinto lo levanto en el aire. Sí, es uno de esos días. No le atino bien a la hora de tomarlo, así que tan pronto como lo levanto en el aire, una lluvia de papeles aparece en la oficina.

Ni siquiera sé de qué ocuparme primero.

—Demonios, Ann. ¿Qué tienes hoy?

Carrie está de rodillas en el suelo tomando los papeles antes de que caigan en el charco de café en el suelo. Me paso las manos por el rostro con frustración.

Si tan sólo pudiera contarle.

Estoy teniendo un día de mierda, es todo.

Voy por el limpia piso y comienzo a secar el charco de café. No es mucho, así que consigo desaparecer el desastre del mismo modo en el que ha aparecido.

—¿Vas a contarme?

Quisiera.

Realmente quisiera contarle, pero el problema que realmente me está carcomiendo el cerebro no puedo contárselo a ella. Quiero decir, confío en Carrie. Es una de las pocas personas en las que confío, pero esto se siente tan personal y es uno de esos problemas tan gordos que entre menos gente lo sepa, se siente mucho más llevadero. Se siente menos gordo, por decirlo de alguna forma.

Estoy por abrir la boca para inventar alguna excusa precaria cuando miro una melena castaña cruzando la habitación.

Dos segundos y la tengo tomada del brazo.

—¿Qué haces aquí?

—Suéltame, Anya. Nos están mirando —murmura. Claro que murmura, si hay alguien quien no desea montar una escena como la del fin de semana, aquí, es ella.

—Espero que estés aquí para contarle la verdad a Ambrose.

—No vas a dejarlo, ¿Verdad?

Sacudo la cabeza, pero es sólo porque no puedo creer que sea tan fría con esto.

—¿Es eso lo que vas a hacer? ¿Dejarlo estar? ¿Siquiera sabes lo serio que es esto, Sophie?

—¡Claro que lo sé! —se pasa la mano por la frente. Está temblando, nerviosa— Necesito tiempo, Anya. ¿Sabes lo difícil que va a ser cancelar una boda de esa magnitud?

—Eso debiste pensarlo hace mucho tiempo.

Las cejas oscuras de Sophie se arrugan en impotencia. No hay excusa que valga para lo que han hecho. Ni siquiera hay como retroceder, sólo tienen una opción, y no pienso dejar que se salgan con la suya.

Todas esas cosas que nunca me atreví a decirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora