Capítulo 2

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—Ambrose pide que vayas a su oficina, Anya —me informa Laurie, dos días después.

Hay muy pocas cosas que me ponen nerviosa, puede que Ambrose sea una de ellas, ¿pero qué tal un Ambrose comprometido? Comprometido con mi hermana, vaya. Se siente tres mil veces peor.

Cuando Sophie y Ambrose comenzaron a salir, fue difícil hacerme de la idea de verlos juntos. Verlos tomados de la mano, escuchar y ser testigo de sus arrumacos y conocer una faceta de él que yo no conocía; la faceta de estar perdidamente enamorado, porque lo está. Puedo sentir la opresión en mi pecho al reconocerlo, porque muy en el fondo quisiera que de quien estuviera loco de amor fuese de mí.

No sé qué va a pasar ahora. Se escucha terriblemente mal reconocer que me gusta mi cuñado y se siente mil veces peor no saber si me va a gustar para siempre. Yo espero que no. Pero en mi defensa, Ambrose me gustaba mucha antes de que la vida se comportara como una cabrona conmigo y nos hiciera familia.

—Ya voy —suspiro.

Es la primera vez en años que ir a la oficina de Ambrose no me entusiasma para nada. Ni siquiera quiero ir. Y creo que esto va a ser más frecuente de lo que pienso.

—Suerte, cariño. La vas a necesitar.

Carrie me mira con aflicción un segundo antes de lanzarme un beso y girarse para seguir con su trabajo. Su gesto me hace sonreír al menos un poco, y ser consciente de que tengo a esta increíble chica conmigo todo el día es como un abrazo a mi alma machucada.

No sé qué haría sin Carrie.

Me levanto de la silla y me aliso el ya de por sí intacto palazo esmeralda que llevo puesto. No soy de usar vestidos o faldas demasiado cortas y mucho menos ajustadas, pero trabajo en una agencia, por nada del mundo podría venir con mis pantalones de mezclilla a laburar, sería terrible, así que necesito otras opciones similares para sentirme cómoda. Esta ha sido la única prenda en años que Ambrose alguna vez me ha halagado. Dijo que mis piernas se miraban muy bonitas y el color me favorece, y que la camiseta de tres cuartas blanca que llevaba, y que llevo ahora, se ajustaba muy bien a mi cuerpo. Traduciéndolo, trató de decirme educadamente que la camiseta abrazaba mis generosos pechos muy bien a la vista y que el palazo se ajustaba a mi trasero respingado tal y como si hubiera sido hecho para mi.

No me lo quité de encima en semanas e incluso volví a la boutique por tres más del mismo estilo y de colores similares. Fue la única vez que conseguí que Ambrose se fijara en mi sin siquiera intentarlo. No me miró demasiado esas veces, pero para llegar a esa conclusión tan elaboradamente educada y decente, por supuesto tuvo que mirarme y analizar mi atuendo al menos durante diez segundos.

Recordarlo me hace sentir todavía más patética.

Al parecer, todo está en mi contra desde ayer, incluyéndome. No sé en que estaba pensando cuando me lo puse. Ahora sólo quiero quitármelo y cortarlo en miles de pedacitos, porque ahora queda más que claro que todo lo que dijo fue por educación. Y puede que mi traducción no esté del todo mal, pero definitivamente no significó nada. Ahora lo entiendo.

Me miro en la pantalla del celular sólo por costumbre. Me guardo el cabello del lado derecho detrás de la oreja para dejar todos mis aretes a la vista y camino indecisa hasta su oficina. No es mucha la distancia entre mi oficina compartida con Carrie hacia la de Ambrose, pero camino tan lento que demoro más de lo normal en llegar.

Las puertas corredizas están abiertas, así que Ambrose me sonríe desde lejos mientras me ve acercándome. Mi corazón se acelera, como de costumbre, cuando lo miro levantarse para acercarse a mí con esa típica sonrisa de Me alegra verte, sin importar que me haya visto esta mañana. Odio que cada gesto antes de Sophie me haya hecho ilusionar. En especial odio que a cada gesto me dedicara a buscarle un significado. Ahora entiendo que siempre me ha sonreído por cortesía, no porque realmente le haga ilusión verme.

Todas esas cosas que nunca me atreví a decirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora