Capítulo 30

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Bajo la velocidad y entro por el umbral de la entrada de la mansión aprovechando que los inmensos portones están abiertos. El estómago se me cae directamente a los pies cuando veo a Tim y a una empleada subir maletas a la camioneta de Conrad. ¿Se va? ¿Hoy? ¿Así sin más?

Aparco mi Opel justo detrás de la Pickup y camino hacia ellos. No veo a Conrad dentro de la mansión ni en el auto, lo que podría significar que sigue arriba y puedo preguntarle qué se supone que está haciendo.

—¿Conrad está dentro?

La empleada asiente. —En su habitación, señorita. ¿Quiere que lo llame?

—No, voy a subir. ¡Gracias!

Subo de dos en dos los interminables escalones hasta que estoy en el salón alfombrado. A medio camino de las gradas noto que el celular de Conrad está ahí, tirado, así que lo tomo y no pierdo mucho mi tiempo para llegar a su habitación. O la que fue suya mientras estuvo aquí. Pensar en que se está yendo hace que mi cuerpo entero vibre con cada palpitación. ¿No iba a despedirse? Quiero decir, sí, lo arruiné, pero después de todo lo que ocurrió mínimo me merezco un aviso.

Mínimo me merezco una despedida si a fin de cuentas su decisión no tiene marcha atrás.

La puerta de la recámara está abierta por completo, pero Conrad no está aquí. Eso me aterriza. No puedo perder mi tiempo buscándolo, pero de todos modos voy directamente hacia el balcón sólo para verificar que su Pickup sigue ahí y no me ha ganado la vuelta mientras subía para buscarlo.

Sigue ahí. Y los empleados también.

Escucho un golpe sutil proveniente del baño y decido acercarme hasta ahí sin hacer el menor ruido. No sé si es él. No sé si está ahí, pero espero que lo esté. Por primera vez siento que tengo una tonelada de elefantes sobre mi espalda, pero es sólo por la presión que siento al saber que quizás sea demasiado tarde. No puede irse sin hablar conmigo.

¿A quien engaño? No puede simplemente irse. Punto.

Cuando asomo mi cabeza por la entrada del baño, cierro los ojos y suspiro al ver a Conrad de espaldas a mí buscando algo por el suelo. Está tan concentrado en ello que no me nota, y tengo que armarme de mucho valor para entrar por completo al lugar y decir con voz firme:

—¿Quieres que te ayude a buscar algo?

Su cuerpo se paraliza un segundo antes de girarse y encontrarse conmigo. Extrañaba que me mirara, aunque como lo hace ahora no sea la forma en la que me gusta que lo haga, precisamente. Meneo su celular en el aire y lo dejo en el largo lavabo para él.

—Seguro buscabas esto. Estaba caído en las escaleras.

Conrad estira la mano, lo toma y se lo guarda en el bolsillo. Luego asiente.

—Gracias.

El silencio nunca ha sido tan fuerte entre nosotros hasta ahora. Se queda ahí, de pie, con las manos dentro de sus bolsillos, mirándome fijamente antes de suspirar sonoramente sin disimulo y recostarse al lavabo, esperando. Va con unos lindos pantalones color beige y una camiseta holgada blanco hueso abierta en V. A pesar del clima medio frío de la ciudad, Conrad siempre viste como si estuviera en un pueblito costero. Quizás ese sea mucho su rol, quién sabe.

Esto me recuerda mucho al primer día que nos conocimos, porque precisamente voy de blanco, con un juego ejecutivo bastante parecido al de la fiesta de compromiso, sólo que más formal por el código de vestimenta de la agencia.

—¿Te ibas a ir sin despedirte de mí?

Hay reclamo y dolor en mi voz y no me importa que lo note, no me importe que me mire un segundo antes de volver a desviar la mirada sólo para verificar que todavía no me he derrumbado.

Todas esas cosas que nunca me atreví a decirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora