Capítulo 13

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El auto de Conrad es una hermosa Pickup negra. No me avergüenza mi pequeño Opel viejo y descuidado, ¿pero esto? No es la gran cosa y aún así logra cautivarme. Aquí adentro huele a manzana. Tiene un extraño bote de loción guindando del espejo retrovisor que hace que el auto huela así. Tiene aire acondicionado y eso me recuerda a que el mío hace más o menos un mes que ya no funciona. He tenido tanto en la cabeza las últimas semanas que me he olvidado de mis necesidades.

Miro a Conrad y tengo que apartar los ojos del mismo modo en el que los he puesto sobre él. Va con una mano al volante y la otra apoyada al borde de la ventanilla que, bueno, va cerrada. Está pasándose el dedo índice por debajo de la boca una y otra vez. Es como un vaivén, saben. Uno que es terriblemente adictivo viniendo de él.

—¿A dónde vamos?

Conrad da tres aplausos y con voz cantarina me dice:

—Por el esmoquin de Ambrose.

Tan pronto como entiendo la referencia suelto una risa mientras cierro los ojos y sacudo la cabeza. No puedo creer que acabara de decir esto.

—Tengo dos sobrinas que aman ver esa ridícula caricatura, así que…

—Pero son encantadoras.

Mi respuesta lo hace fruncir ligeramente el ceño antes de recuperarse y entender porqué lo he dicho. Se siente raro que yo lleve años conociendo a la familia Doyle y hasta ahora sepa de su existencia y él de la mía. Hace que el hecho de que yo los conozca tan bien sea raro para él. Y para mí, vaya, porque a fin de cuentas parece que no los conocía tan bien después de todo.

—Lo son —admite, aunque distraídamente—. Estamos yendo hacia Bay Ridge.

Gimoteo, al mismo tiempo que giro para mirarlo.

—Espero que no te moleste —añade inmediatamente.

Por supuesto que me molesta, pero vamos, ¿cuántas cosas no me molestan desde que Sophie y Ambrose comenzaron a salir? Esta, definitivamente, es la menos relevante de todas mis preocupaciones y la menos invasora de todos mis Espero que no te importe. Aún así, eso no significa que la deje pasar por alto.

—Eso… ¿Qué? ¿Está como a media hora? —pregunto, entre risas, pero la realidad es que no da nada de risa.

—Una hora. Hora y media si hay tráfico.

Sigue mirando directamente hacia la carretera, hablando distraídamente, no sé qué le pasa.

—¿Y no pudiste decirme?

—No preguntaste.

Suelto algo entre una tos y una carcajada.

—Eres increíble.

—Lo sé, guapa.

Y ahí está. De nuevo él. Está mirándome, mascando el chicle que me ofreció antes de metérselo a la boca. El único que le quedaba. Luego me guiña un ojo.

—¿Por qué vamos?

Conrad aplaude de nuevo tres veces, pero no lo dejo siquiera hablar.

—Ya sé a qué vinimos, me refiero a el porqué —explico—. ¿Ambrose no pudo venir por qué?

Conrad me mira un segundo, todavía con el dedo índice debajo de la boca y la mano en el volante. Es sólo un momento, pero me deja confundida. Es la típica mirada de incredulidad, como si no creyera lo que le estoy preguntando.

¿Es que acaso debería saber la respuesta?

—Hay cena familiar en casa —me mira—. Pensé que lo sabías.

Todas esas cosas que nunca me atreví a decirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora