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Como un ovillo en el suelo, intentando ocultarse bajo sus propios brazos, esconde la cabeza en el hueco de sus piernas y se muerde los labios para no gritar al escuchar la puerta abrirse, Pairo aun escucha la respiración tranquila del desconocido,...

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Como un ovillo en el suelo, intentando ocultarse bajo sus propios brazos, esconde la cabeza en el hueco de sus piernas y se muerde los labios para no gritar al escuchar la puerta abrirse, Pairo aun escucha la respiración tranquila del desconocido, la presión de una mirada cruel que parece indiferente a su situación y como si de un pedazo de basura se tratara, lo ignora y cierra nuevamente la puerta, dejándolo sollozar en el suelo como un pobre animal herido. El hombre de traje y venda en la frente sigue subiendo con las manos en los bolsillos, divertido de la obra de arte que sus compañeros dejaron en las pulcras escaleras de mármol.

El muñeco cae al suelo y Pairo no sabe si continuar, —Son monstruos— Agarra el juguete que se encuentra casi desarmado y lo abraza, llorando penosamente mientras piensa, —"No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir"— Es el pequeño muñeco de madera quien con las manos cubiertas de suave tela intenta reconfortarlo, meterse en la mente de los humanos es el trabajo de las maldiciones y por supuesto, la situación se repite. Pairo es cubierto por un frío gélido y el primer vistazo a la no realidad le hizo quemar los ojos, nunca fue capaz de captar la luz y esta es abrasadora.

Cayó como un trapo sucio por una camino repentinamente luminoso, un infinito de luces e irreal, como un sueño perdido, los ojos marrones no son capaces de adaptarse al hecho de ver y los cierra varias veces, hasta que durante un parpadeo logra ver a otro niño, uno rubio de ropa similar a la del muñeco al que abrazaba hace unos segundos, —No entiendo— Las lágrimas caen y suben por la caída, contrario a él que no deja de hundirse, —¿Qué está pasando?, ¿Quién eres?— Sus manos intentan cubrir sus ojos llorosos y con dolor en la pupila, las manos ásperas lo toman para que pare.

¿Quieres vivir?— le pregunta una voz monstruosa, diferente a la angelical cara del niño rubio y Pairo, entre lágrimas de pánico, asiente, —Entonces hagamos un trato— El ser que le cuesta reconocer como de ese mundo lo agarra y detiene la infinita caída, el vértigo, el pobre niño jamás había sentido con tantas fuerzas un pánico tal, un infinito oscuro que lo marea al mirar abajo.

Soy la maldición de las marionetas— Dice feliz y orgulloso, como un niño más y Pairo debe pestañear para lograr enfocar la vista, —No pediré mucho por el trato, mis poderes funcionan con algo que tu no puedes darme, pero haré una excepción porque hay muchos de ellos en esta zona— Pairo no comprende, hasta que unas lágrimas le hacen darse cuenta de lo que habla. El niño rubio... no posee ojos en sus cuencas vacías.

Quiero que recolectes 5 pares de ojos de los cadáveres de las escaleras, no es mucho, a cambio de eso, te permitiré ver mientras sigas a mi lado ¡Y si te parece poco!— Da vueltas en la nada, como bailando con un cuerpo casi muerto, pues Pairo no es capaz de reaccionar correctamente, —También te daré mis cuerdas, ellas te protegerán solo cuando tu lo digas— Choca la nariz contra la del niño y el pánico de estar observando el negro de las pupilas del rubio le hace temblar las piernas, sigue siendo sostenido del estómago con ambas manos.

Un gato en el vagónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora