Las luces artificiales del balcón iluminaban las paredes de tonos blanquecinos, la noche se mostraba bella pero distante, con la luna como silenciosa acompañante de sus pesares; lacios cabellos dorados que se movían al ritmo de un frío viento, un hombre pálido, con ojeras similares a moretones, con las manos tan finas y secas como las de una muñeca; de entre sus labios extrajo el cigarrillo de menta, para luego expulsar el humo gris de sus pulmones, manchando la vista de esa toxicidad tan adictiva.
Los ojos grises del hombre luchaban por mantenerse en esa tonalidad, con pequeñas chispas rojizas que momentáneamente aparecían para perturbar la cabeza de su portador, quien entre calada y calada del cigarrillo, se tomaba con fuerza del cabello, enredando la mano en las hebras hasta lastimarse las raíces. Las cadenas plateadas que rodean sus dedos rechinan por cada movimiento, rompiendo con la quietud del silencio.
Tras las puertas corredizas del balcón se encontraba un cuarto, uno tan destruido como su propietario, los muebles caros esparcidos por el suelo, los libros de la estantería arrojados sin miramientos en cada esquina, ropa limpia desgarrada, sábanas manchadas de sangre y vómito, las lámparas de cristal destruidas en pedacitos por el suelo de madera; era sencillamente un desastre, peligroso y ruin. Ya no había lágrimas que dejar escapar, tenía los ojos secos, al igual que las mejillas, que ahora las sentía sucias por los restos de agua cristalina que ya se habían pegado a su piel.
—Levántate de una vez, no hay tiempo para desperdiciar— Lo habia perdido todo en cuestión de minutos, años de investigación y recursos se habían echado a la basura, mancillando su esfuerzo, destrozando sus esperanzas. El hombre de cabellos no tan largos miró hacia adentro con repulsión.
— Uno... dos...— Comenzó un conteo entre susurros cuando el cigarrillo se le terminó, tenia los nervios a flor de piel, hasta el punto en que directamente le dolía la cabeza, — Seis... siente... ocho... nueve...— Una vez llegó al 10, comenzó el conteo nuevamente, ¿Qué debería hacer ahora?, habia dejado una parte demasiado grande de su vida en ese trabajo, habia conseguido avances increíbles en un tiempo récord, pero ahora... no estaba en el inicio, pero aun así, se sentía derrotado.
Frente a la puerta de ese destrozado cuarto, habia un preadolescente de cuerpo pequeño, sus ojos chocolate parecían apuntar al suelo, mientras sus manos apretaban el pomo de la puerta, no sabía cuánto tiempo llevaba ahí, solo escuchando, su bastón de mano estaba en el suelo, habia sido delicadamente dejado para no llamarle la atención a su familiar dentro del cuarto. Apoyó la frente contra la madera de la puerta, desparramando los cabellos castaños mientras movía la cabeza de un lado a otro.
—¿Kurapika?...— Llamó suavemente, la respiración dentro del cuarto se habia cortado momentáneamente, —¿Te encuentras bien?, ¿Puedo pasar?— Por fin tomó la fuerza suficiente como para poder girar el pomo y desbloquear la puerta, solo necesitó una pequeña abertura para que todos los olores fuertes le atacaran la nariz.
Vómito, sangre y tabaco.
El nombrado se levantó del suelo inmediatamente, tenía sus zapatos puestos, por lo que no le importó pasar entre los vidrios hasta llegar a su pequeño familiar, que al sentir una presencia acercársele se quedó paralizado, el palpitar del corazón de Kurapika fue la conocida música que hizo al preadolescente calmarse. Le habia acomodado la cabeza contra su pecho al cargarlo. Para una persona con su condición, pisar ese cuarto sería demasiado peligroso.
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Un gato en el vagón
Fanfic-"Reedición de una historia propia"- -Nacido por el bosque y el mar, se encontrará ahora otra alma que como la suya, parece "Maldecida" por la vida. Extraños con experiencias completamente contrarias que lograran crear un lazo irrompible en el lugar...