XIV

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Narra Aitana.

La Navidad se está acercando, en el ambiente ya se palpa el espíritu navideño.

Los centro comerciales ya están decorados. La gente ha empezado a comprar regalos, los pequeños ilusionados a la espera de Papá Noel y los Reyes Magos.

- Buenos días - murmura Óliver a mi lado.

- Buenos días, Oli - susurro con una sonrisa.

- ¿Está lloviendo? - pregunta aún con la voz ronca.

- Si que lo está - asiento mirando por la ventana. - Y además fuerte.

- Habrá que entrenar bajo la lluvia.

- ¿A qué hora entrenas? - le pregunto mientras me estiró en la cama.

- A las diez. - responde y yo asiento. - Vamos a hacer el desayuno.

- Venga vamos, que tengo un poco de hambre.

- Pues vamos.

Hacemos unas tortitas de avena y en un cuenco cortamos plátano y kiwi.

Tomamos el desayuno mientras escuchamos la lluvia de fondo y hablamos de todo un poco.

- Bueno pues va siendo hora de que me vaya a entrenar - dice mirando el reloj.

- No quiero que te vayas - afirmo haciendo un puchero y él deja un tierno beso en mi frente.

- Cuando venga podemos comer los dos juntos, y después ir por la tarde a ver el alumbrado de Navidad y comer churros con chocolate. - sugiere, me muerdo el labio.

- Venga vale, entonces vete ya que llegas tarde - digo y él se ríe.

- Nos vemos luego, preciosa - se despide dándome un beso.

- Chao, cielo.

Aprovecho para ir al hospital a ver a mi abuela, me paso allí algunas horas y después vuelvo a casa, pero antes me paso por el mercado de abastos para comprar comida para hacerla hoy mismo. Y también compro varias cajas de leches, porque hoy el Sevilla está haciendo una recaudación de cajas de leche y Óliver y yo hemos decidido que nos íbamos a pasar por la tarde para aportar nuestro granito de arena.

Sobre las una y media pasadas del mediodía el timbre suena y voy a abrir con una sonrisa.

- Alguien parece que me echaba de menos - informa entrando en mi casa y dándome un beso.

- Nah, tampoco te creas.

- Que no dice y tiene una sonrisa más grande que el gato de Alicia en el país de las maravillas.

- Al igual que tú.

- Yo lo admito que te he echado de menos aunque hayan sido unas horas. - dice y hago un puchero enternecida.

- Yo también te he echado de menos, ¿contento?

- Un poquito - respondo sonriendo. - ¿Qué tienes preparado?

- Había pensado en una buena pasta casera a la carbonara.

- Se me hace la boca agua - dice y me rio.

- Entonces no hay más que hablar, manos a la obra.

La pasta está de escándalo. Nos la comemos tan rápido que prácticamente no nos hemos dado ni cuenta de que ya no teníamos más comida en el plato.

- Oli, me doy una ducha y nos vamos ¿vale?

- Perfecto - contesta sentándose en el sofá y cogiendo un libro que tenía en una estantería. - ¿Puedo leerlo mientras?

- Ni preguntes eso.

Me meto en la ducha y cuando me voy a salir veo que se me ha olvidado la toalla. Genial Aitana.

- Óliver, ¿me puedes traer una toalla? - grito.

- Enseguida voy. - grita de vuelta.

Abre la puerta del baño y me pasa la toalla, salgo con ella enrollada y me pongo colorada al ver la mirada de Óliver sobre mí.

- Me estás poniendo nerviosa.

- Y tú a mi malo. - contesta haciéndome reír, aún con las mejillas sonrosadas.

- ¿Y eso?

- Porque no soy de piedra, mujer. Ahora no tengo tantas ganas de salir de aquí.

- Oli - pronuncio y él me mira riendo. - Que no tenemos tanto tiempo.

- Está bien - dice alzando las manos.

Salimos de mi casa y lo primero que decidimos hacer es ir a llevar las cajas de leche al estadio.

Una de las cosas que más me gusta de Óliver es lo solidario y lo amable que es. Todo lo que hace, lo hace de corazón. Y esa es una de las razones por la que más me gusta, porque es una persona tan especial y tan buena, con un alma tan bonita, que por desgracia ya poco vemos. Piensa más en las demás personas que en sí mismo.

- Eres el mejor - le digo acariciando su mano que esta encima de la mía.

- ¿Por qué?

- Porque eres simplemente maravilloso. Siempre haces lo mejor para las personas.

- Me gusta compartir. Al final la vida se trata de eso.

- Ojalá todas las personas fueran como tú - le digo y él me mira por unos segundos con una sonrisa.

- Mira que eres bonita.

Llegamos al centro de Sevilla, y claro esto está hoy a rebosar de gente, como bien diríamos los andaluces, no cabe ni un alfiler.
Hemos intentado buscar un pequeño hueco entre la multitud y lo hemos conseguido.

De un momento a otro todo lo que estaba sombrío, sin luz, está todo iluminado. Llenando las calles de vibes navideñas.

Óliver y yo nos hacemos una foto para inmortalizar el momento.

- Y ahora a por unos churritos - dice y yo asiento contenta.

En una tarde navideña que mejor que unos churros con chocolate.

Queda un último churro y la verdad que ninguno quiere comérselo el. Yo digo que se lo coma Óliver. Y Óliver dice que no, que me lo coma yo.

- Mejor hacemos lo siguiente. - digo y Óliver me mira alzando una ceja.

- A ver que se te ocurre doña creativa.

- ¿La dama y el vagabundo pero con el churro? - pregunto y ambos reímos a carcajadas.

- No es mala idea.

- Lo sé.

Cuando acabamos de comernos el churro nos besamos. Un beso lento pero largo y cargado de sentimientos.

Lo que estoy sintiendo por Óliver, no lo he sentido por nadie en mi vida.

- Y ahora vamos a ir a comprarnos un gorrito - dice Óliver.

- Ay que el niño pasa frío.

Compramos el gorro y después nos vamos a su casa a ver una peli navideña mientras comemos castañas calentitas, que el día está para eso.

Con la miel en los labios || Oliver Torres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora