XXII

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Narra Aitana.

He quedado con Paula en unos diez minutos en la plaza del Salvador y estoy casi llegando, aunque conociendo a Paula estoy segura de que ella se retrasará unos minutos.

Me siento en una cafetería para esperarla, mientras saco el móvil y miro una de mis nuevas composiciones cuyo título es "La última". En estos días estoy bastante inspirada y en una pequeña libreta que mi abuela me regalo hace años, voy apuntando toda y cada una de las letras con la esperanza de que no queden ahí guardadas y que algún día puedan salir a la luz. No quiero ilusionarme pero de ilusiones se vive.

- Perdóname Aitana - se disculpa Paula sentándose.

- No pasa nada, Paula - digo sonriendo. - No es ni la primera ni la última vez que llegas tarde.

- Pero sé lo mucho que odias la impuntualidad.

- Ya estoy más que acostumbrada que cuando quedo con alguien llegue tarde.

- ¿Cómo te va todo?

- Bien la verdad, no puedo quejarme.

- ¿Y con Óliver?

- Bueno.

- Uy ese bueno no ha sonado bien, ¿Lo habéis dejado?

- No pero estamos enfadados. Bueno yo no.

- ¿Qué ha pasado Aitana?

- No estamos hablando estos días. Él llegó de Madrid y yo le escribí varios mensajes y le dejé alguna llamada que no recibí ninguna contestación. Su sobrino nació y fui al hospital, no fue capaz ni de mirarme a la cara, Paula. Y encima cuando me monto en el coche para irme a mi casa es cuando le da la gana de hablar.

- Y no le has hablado.

- Pues claramente que no. No iba a hablar cuando él quisiese después de estar todo el día allí y ni dirijirme una mirada.

- Vaya dos. - murmura. - ¿Crees que es por la frustración de estar en esta situación con el equipo?

- No lo sé, pero él sabe que cuenta con mi apoyo y que si quiere llorar va a tener mi hombro para hacerlo. Algunas veces me da arrebatos y pienso que me ha puesto los cuernos o yo que sé.

- Aitana, ¿qué dices? Eso viniendo de Óliver lo veo un tanto imposible.

- Lo sé, pero la cabeza ya cuando se pone a pensar te lleva a límites.

- Debéis de hablar.

Después de estar un rato en la plaza tomando un café decidimos ir a mi casa y ver una película las dos juntas mientras nos comemos unas buenas palomitas de mantequilla.

- ¿Cuál quieres ver? - pregunto.

- Disney que son tus favoritas - responde y yo sonrío mirándola.

- ¿Pocahontas? - pregunto con una sonrisa.

- Pocahontas. - asegura - Pero antes enséñame un poco de esa nueva canción que has escrito.

- ¿La última? - pregunto.

- Esa.

- Bueno voy, pero no sé yo si está del todo bien.

- Seguro que si.

Sigo recordando en aquel rincón
En aquella clase, la revolución
Me sentía en casa pero algo cambió
Lo que era mi hogar el fuego se lo llevó

La última vez que recordé como
Aquel año sobraron las heridas
La última vez me prometí que
Si volvía no por mí, no estaría

Una tormenta que se fue
Tanto dolor que me aguanté
Será la última, la última
Será la última vez que callé
Porque al final ya lo entendí
Para encontrarme me perdí
Y fue la última, la última

Y fue la última vez que me fui
Ya lo sufrí, ya lo aprendí
Y fue la última

La última vez que me dejaron sola
Fue como el mar si le quitas las olas
Como la música sin voz
Como un hola sin adiós
Es sentir la soledad
Aunque hayan dos
No volveré a mentir
A decir que estoy bien
Si sobraron las lágrimas
Pero ya no más
Ya aprendí a decir que me tengo que ir
Si quedarme me duele más

Cuando termino de cantar un trozo de la canción mis ojos están llenos de lágrimas y es que está canción es tan mía.

- Aitana dios - murmura Paula con los ojos llorosos. - No lo puedes hacer más bonito.

Las dos nos abrazamos mientras lloramos porque sabemos el significado de esta canción, que remonta a los tiempos del instituto cuando sufría esa palabra que tanto odio le tengo "bullying" .

- Ahora vamos a ver la película que al final vamos a seguir llorando - digo.

Las dos nos sentamos en el sofá y nos ponemos a ver la película.
A diez minutos del final escuchamos el timbre de mi casa y Paula me mira alzando las cejas.

- Yo creo que es tu novio - susurra.

- Voy a ver. - digo levantandome.

Al abrir la puerta lo veo a él con una mueca en sus labios.

- Os dejo solos - dice Paula yéndose de casa.

- Perdona si interumpo - dice Óliver pasando al interior de mi casa.

- No importa. - murmuro mirándole.

- Aitana, ¿podemos hablar? - pregunta.

- Ya lo estamos haciendo Óliver - respondo mirándolo a los ojos.

- ¿Has llorado? - pregunta mirándome.

- Si, soy sensible ya lo sabes.

- Quiero que estemos bien, Aitana.

- Yo también lo quiero, Óliver. Pero no puedes huir de los problemas y dejar a una persona que te apoya a un lado.

- Tienes razón y lo siento por ello.

- No tienes que dejarte llevar por los impulsos y aislarte.

- Perdóname, Aitana, de verdad.

- No estoy enfadada, Óliver, solo molesta.

- Te entiendo.

- Tenemos que contarnos todos nuestros problemas, Óliver, porque una relación se basa en la confianza, amor y el interactuar.

- Prometo no hacer eso más.

- Eso espero Óliver, porque así nos hacemos daño los dos.

Él se acerca a mí y me abraza. Y cuando estoy entre sus brazos suelto un suspiro que llevaba conteniendo desde hace días.

- Pensaba que quizás ya no querías que siguiéramos juntos.

- No, por dios.

- Te he echado mucho de menos, mi niña.

- Y yo a ti.

- ¿Juntos? - pregunta.

- Juntos - murmuro.

- ¿Siempre?

- Siempre.

Las promesas se cumplen en ocasiones y en otras no.

Con la miel en los labios || Oliver Torres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora