II

290 16 7
                                    

Narra Aitana.

Me siento inspirada y con ganas de escribir una canción. Empecé a escribir canciones a la edad de 12 años, cuando comencé a ir al instituto. Me sentía solitaria, tímida y apagada. No era yo. Desde que entré a la eso cambié completamente. Ya no era esa Aitana que estaba rodeada de amigos, ya no era la Aitana que solía jugar al fútbol en el recreo del colegio con toda su clase. De esa Aitana, solo quedada el nombre. Hay personas que no sufren un cambio tan grande del paso del colegio al instituto, pero yo si que lo sufrí y fue terrible. Mi grupo de amigas, con las que más me llevaba, eramos 4. Fui la única que caí en una clase diferente a ellas. En cuanto me enteré no deje de llorar, es más por el camino al instituto iba llorando como un alma en pena. Poco a poco, ese grupo se fue disolviendo y a mi me iban dejando más de lado. Al principio, no me daba cuenta pero una vez que empecé a ver la realidad no sabía ni como sentirme. Ese grupo se separó y ahora de ahí solo queda mi mejor amiga, Paula.

A lo largo de mi vida me he sentido muy sola, también muy juzgada por mi aspecto físico, que poco a poco ha ido cambiando.

Lo único que me evadia era la música, la pintura y mi familia, porque al final son los únicos que están.

Cuando tengo más o menos la mitad de la canción terminada, el sonido del móvil me distrae de lo que estaba haciendo.

El dueño del perro me envía un mensaje avisándome de que ya está en su casa y que ya puede venir a recoger a su perro.

Hablo con él unos diez minutos para ponernos de acuerdo en que sitio nos vemos.

Termino de atarme los cordones y le pego un silbido al perro, que enseguida viene corriendo hacia mí, le acarició un poco y me levanto para irnos. Como no tengo ninguna correa por casa, y no puedo llevarlo suelto vaya que se me pierda a mi ahora que es lo que faltaba, lo llevo en mis brazos.

Hemos quedado en un sitio cercano a mi casa, a él no le importaba y a mí menos.

Llego a la callejuela donde hemos quedado, en la que tiene una de las mejores vistas de la Giralda.

A lo lejos veo a un chico moreno y no muy alto. Parece ser él, pero hasta que no lo vea más de cerca tampoco lo sé segura al cien por cien.

El perro se revuelve en mis brazos, supongo que es porque ha visto a su dueño, así que me agachó y lo dejo que vaya corriendo hacia él.

Veo como el chico sonríe y se agacha para acariciar a su perro, parece un poco emocionado al igual que el perro que no deja de pegar pequeños saltos y menear el rabo de un lado a otro.

El chico alza su mirada y me mira mientras me sonríe.

- Muchas gracias, Aitana.

- No es nada, Óliver.

- Si que lo es, no hay mucha gente que se quedaría con el perro de un desconocido.

- Pues yo sí que lo hago - digo alzando los hombros. - Es muy bueno y cariñoso.

- Si que lo es, es un perro muy bueno - dice y yo asiento.

Mientras más lo miro más me suena su cara, pero no sé de qué. Se me hace muy conocido.

- Tengo que darte algo por haberte quedado con él y devolvérmelo.

- ¿Qué? No, no me vas a dar nada.

- Aitana, venga ya, algo por hacerlo.

- Óliver, que no es necesario de verdad.

- Bueno, al menos déjame invitarte a algo.

- ¿A qué?

- ¿Unas cervezas?

- No soy de alcohol - respondo a lo que él sonríe.

- Genial, porque yo tampoco. Así que unos refrescos y unas tapitas.

- ¿Tengo opción de escabullirme?

- Para ser sincero no, no tienes opción.

Los dos soltamos una pequeña risa y vamos al bar más cercano. Un bar al que vengo muchas veces por la cercanía a mi casa.

Hemos pedido dos fantas de naranja y dos tapas de ensaladilla, algo light.

- ¿Puedo hacerte preguntas? - me pregunta y yo alzo una ceja.

- ¿Preguntas?

- Sí, para conocer a la persona que ha estado cuidando de mi bebé. - respondo haciéndome reír.

- Bueno, pues dispara.

- Genial - dice mirándome. - ¿Cuántos años tienes?

- 25.

- Uh, soy más grande que tú.

- Ni que fueras un anciano.

- Nah tampoco eso, te saco tres años. Siguiente, ¿qué te gusta hacer en tu tiempo libre?

- Escuchar música, pintar, leer y tocar el piano.

- Todo muy de arte - indica y yo asiento.

- ¿Y a ti?

- Jugar al fútbol y pasar tiempo con amigos.

- Muy común - digo y él asiente.

- ¿Número favorito?

- El nueve.

- El mío el diez - dice sonriendo.

Tiene una sonrisa muy bonita, la verdad.

- ¿Eres más de mar o de montaña?

- Mar, obviamente.

- Pienso igual, ¿qué es lo que más agradeces de esta vida?

- Los pequeños momentos donde somos felices con poca cosa.

- Son los mejores momentos, donde nos olvidamos de todo lo que nos rodea - afirma. - ¿Cuál es tu película preferida?

- Mamma Mia, ¿la tuya?

- Peliculón - dice y yo sonrío. - La mía los invencibles. ¿Cuál es tu postre preferido?

- Tarta de queso.

- No puede ser, la mía también.

Los dos reímos mientras nos miramos.

- Venga ya la última, ¿tienes novio?

- ¿Indirecta?

- No se sabe, puede ser que si o puede ser que no.

- No, no tengo - respondo riendo - ¿Y tú señorito?

- nada de nada.

Me estoy sintiendo bastante cómoda con Óliver, me da buena vibra y me transmite confianza, cosa que no todo el mundo transmite de primera impresión. A simple vista y por lo poco que he conocido estos minutos, parece un chico humilde y buena persona.

- Ha sido un gusto conocerte Óliver, pero debo de irme ya.

- Vale, ¿nos volveremos a ver?

- Puede ser que si o puede ser que no - bromeo y él se ríe. - Todo es posible.

Me levanto de la silla para dejar dos besos en su mejilla y acariciar al perro que me mira atentamente.

- Adiós, Óliver.

- Adiós, Aitana.

Me despido con la mano y ahora si que vuelvo a casa.

Con la miel en los labios || Oliver Torres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora