XXIX

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Narra Aitana.

- Aitana, despiértate que así en esa postura te va a doler todo el cuerpo - escucho la voz de fondo de mi madre mientras yo voy abriendo los ojos lentamente.

- ¿Han salido los médicos? - pregunto a lo que ella niega con una mueca de desagrado.

- Aún no, esperemos que no tarden mucho y nos vayan diciendo cosas - responde y yo asiento.

Echo un vistazo a mi alrededor y veo a mi abuelo tomándose un café mientras se mueve por la sala de espera, mis tías y mi madre hablan entre sí para entretenerse mientas.

Llevamos aquí en el hospital desde las ocho y media de la mañana, son las doce del mediodía y aún no sabemos absolutamente nada.
Finalmente, después de meses han tenido que operar a mi abuela de urgencias porque todo iba de mal en peor y ella tenía muchos dolores.

- Voy a bajar a tomarme algo a la cafetería, ¿queréis algo? - pregunto a mi familia.

- Tráete algunas botellas de agua - me pide mi tía y yo asiento.

Me monto en el ascensor y pulso para ir a la planta baja que es donde se encuentra la cafetería. Pido una fanta de naranja para bebermela aquí y estar un rato apartada de todo y tranquila. Y compro un par de botellas de agua.

Después de unos diez minutos vuelvo a subir arriba y justo me encuentro con que el doctor está hablando con mis familiares, así que me acerco para enterarme.

- La operación ha salido bien. Ha sido una operación complicada ya que la paciente tiene varias complicaciones como ustedes ya saben pero ella está bien. Ahora poco a poco se irá despertando y cuando yo os diga podrán pasar a verla de dos en dos. - nos dice el doctor.

Suelto un suspiro hondo en el que se percibe todas las emociones que he estado conteniendo. Han sido meses duros, de angustia, miedo, frustración al verla a ella tan mal pero parece que ahora vamos a dejar eso atrás.

Una hora después empiezan a entrar. Los primeros en hacerlo son mi abuelo y mi madre.

Yo entro la última y lo hago sola. Al cerrar la puerta de la habitación y girarme para ver a mi abuela me la encuentro con una sonrisa y con los ojos vidriosos.

- Aitana, cielo - murmura y yo me acerco a darle un abrazo con mucha delicadeza.

- ¿Qué tal te sientes?

- Ahora mismo un poco anestesiada. - responde y yo asiento.

- Poco a poco el efecto de la anestesia se te irá pasando.

- Siéntate aquí a mi lado - dice palmeando la camilla.

- No quedate ahí tú que no quiero que estés incomoda.

- Que va para nada, ponte aquí conmigo Aitana.

Me siento junto a ella y le agarro de las manos mientras las dos nos miramos a los ojos y sin palabras sabemos todo lo que nos queremos decir.

- La pesadilla ha terminado - susurra.

- Te dije que esto iba a acabar - le digo y ella me da un beso en la mejilla.

- Ya era hora, porque vayas mesesitos más malos - dice y yo asiento con un ápice de tristeza.

- Ahora hay que seguir luchando - le indico y ella asiente.

- Aitana.

- Dime, abuela.

- A ti te pasa algo - dice.

- ¿A mi? No.

- Aitana, no me mientas.

- Abuela, que no - le digo.

- Te noto decaída, algo más delgada y tu mirada ha perdido ese brillo que tenía. - me dice y siento un pinchacito en el pecho.

- Estoy bien - le digo y ella niega.

- Cuéntame que ha pasado - me insiste.

- Está bien.

- Ves yo sabia que a ti te pasaba algo - dice y yo asiento.

- Brevemente, Óliver y yo nos hemos dado un tiempo. - le manifiesto.

- ¿Qué? - pregunta abriendo la boca. - ¿Qué ha pasado? Se os veía tan bien juntos.

- Yo no estaba en mi mejor momento y para estar en una relación las dos personas tienen que dar lo mejor de sí misma y estar al cien por cien. - le explicó. - Y yo no quería que él estuviera continuamente tirando de mi y cargando con todo el peso de la relación porque no es fácil.

- Ay mi cielo - dice acariciandome la cara.

- Yo lo quiero, lo amo. Es mi otra persona y con la persona que quiero estar para toda mi vida. Pero las cosas se me van montonando y tampoco quiero que él se lo coma todo.

- Estoy segura de que a Óliver no le importaría cariño.

- Lo sé abuela, lo sé pero sería muy egoísta de mi parte.

- Te voy a decir varias cosas cielo.

- Haber dime.

Mi abuela empieza a contarme historias, a darme consejos y yo atentamente la escucho. Porque de todo ello siempre me llevo varias reflexiones.

- Vosotros dos estáis destinados a estar juntos. Sois dos personas con el alma tan pura y tan bonita que no podéis estar separados. - me dice y a mi se me caen algunas lágrimas.

- No llores, mi amor - me pide secandome las lágrimas. - ¿Lo echas de menos?

- Mucho.

- Ya vas a ver que en poco días volveréis a estar juntos y todo lo que vendrá será para mejor.

Hace ya casi dos meses desde que nos dimos un tiempo. Y en estos dos meses lo echo de menos todos los días, todas las noches, todas las horas, todos los minutos, y todos los segundos posibles. Echo de menos estar en mi casa o en la suya y despertarnos los dos por la mañana después de haber dormidos abrazados. Echo de menos cuando él me recogía del trabajo, cuando yo iba a verle jugar en el Ramón Sánchez Pizjuán. Echo de menos escuchar música juntos, que él escuchara mis canciones que iba componiendo. Echo de menos salir a dar un paseo juntos con los perros. Echo de menos cuando los dos nos poníamos a cocinar. Extraño cuando después de tardes de trabajo teníamos una sección de mimos mientras veíamos una película de Disney.
Lo echo de menos a él.

- El tiempo es muy sabio y os tiene preparado lo mejor, mi vida - afirma ella mirándome con una sonrisa.

- Ojalá así sea.

Con la miel en los labios || Oliver Torres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora