Fortaleza de Gresly, Nalinn.
Li Ikal
No podía dejar de pensar en ella. En su cuerpo esbelto y delicado y de cómo se sentía estrecharlo entre sus brazos. En cuanto terminó de comer, se aventuró a deambular por la fortaleza con la intención de verla y hablar con ella.
Conocía bastante bien la fortaleza, pues debido a su cercanía con la familia Tiskani la había visitado en incontables veces. En los pasillos y jardines todavía podía verse a sí mismo correteando y jugando con su hermana y con Isdenn, como si los tres llevaran la misma sangre en las venas. Él siendo más pequeño en edad, pero más fuerte y veloz que ellas.
Caminó cerca de las villas, las residencias que albergaban a los invitados de cada nación las cuales contaban con sala de estar, varias habitaciones, cuartos para lavarse y un comedor. A Li le resultaba bastante favorable que se contara con ellas, así podía tener una habitación lejos del castillo principal y sobre todo de su prometida y futuros suegros. Le daba privacidad y la oportunidad de cogerse a quien quisiera como si estuviera en su propia nación.
Su corazón comenzó a latir con fuerza al vislumbrar a Fargo Surem a lo lejos, en la entrada de la villa Zen. Hizo una mueca al ver cómo se despedía cariñosamente de Aramis Zen, quien le dio un abrazo y besó el dorso de su mano de una forma muy íntima. De igual manera, el príncipe menor, Artemis, la abrazó y al final le lanzó un beso con coquetería. Ella solo rio y agitó la mano antes de volverse hacia el camino.
Una sensación de amargura le quemó las entrañas. No era la primera vez que la veía caminar a solas con alguno de ellos por los pasillos, o saliendo de su villa sin su dama de compañía. Incluso, los abrazaba sin ninguna vergüenza a la vista de todos.
«Conociendo a los hijos de Zuxhill, no es sorprendente que dos hermanos se compartan a la misma mujer», pensó.
Apretó los puños y la siguió a una distancia en la que no pudiera verlo. Entró en la villa Surem y al cabo de un rato, salió junto a su dama de compañía, una muchacha delgada y bonita de cabello cobrizo, aunque su apariencia era sumamente inferior a la de la princesa. Fargo podía considerarse como un ser celestial que por error había caído en el mundo terrenal. Llevaban consigo canastas llenas de flores y caminaban con solemnidad.
«Claro, después de que esos dos te dieran una buena cogida, ahora sales acompañada por tu dama», pensó con una sonrisa amarga.
Era la primera vez que se sentía tan celoso por una mujer. El hecho de pensar que esos pálidos y escuálidos hombres podían disfrutar de sus encantos y no él, le calentaba la sangre.
Las siguió hasta la Arena dorada. Una vez ahí, Fargo y su dama se dirigieron al centro y colocaron las flores que llevaban en el suelo ensangrentado.
—Queridos dioses, perdonen a los hombres que han despojado de la vida a estos pobres animales y a sus víctimas, condúzcanlos hacia el reino que acoge a los hijos de la naturaleza —dijo con voz suave pero lo suficientemente alta como para que Li la escuchara.
Permaneció parada, con las manos cruzadas sobre su pecho por algunos minutos. Su dama de compañía la imitaba. Las dos tenían los ojos cerrados y rezaban en silencio.
Li nunca había visto esa clase de rito, pues en su nación se enfocaban en adorar a Liveztacn, uno de los dioses únicos y por los que pedían eran por los hombres y mujeres asesinados. Dependía de su estatus que tantas oraciones recibían y que tan solemne era su ritual funerario.
«Es daneana. Debe ser una puta santurrona de los dioses de la tierra. Me pregunto qué diría su gente si se enterara de lo que hace con esos principitos».
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Flores y estrellas
FantasyCinco reinos están al borde del caos. Hasan y Farnese descubrirán que las sombras esconden un peligroso secreto que podría desmoronar los cimientos de su mundo. Mientras la traición y la manipulación desgarran familias y desafían leyes, el amor pro...