Capítulo 3: Rojo y blanco

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Fargo Surem, cuarta hija de los reyes de Danae.

Gresly, Nalinn.

Los minutos continuaban pasando y no hubo señal de su hermano Farnese. Hacía ya una hora que se había marchado con el príncipe Koram y el estar en la villa le resultaba cada vez más incómodo. Los príncipes conversaban entre ellos con seriedad y aparente molestia, dándole uno que otro vistazo de vez en cuando, pero no de manera amistosa.

«Creo que no son muy amigables», pensó a la vez que acomodaba de nuevo su equipo de curación.

Estaba acostumbrada a tratar a los demás con amabilidad y alegría, y solía ser correspondida con palabras de gratitud. Pero eso era en el sur, a miles de kilómetros de distancia.

En una situación diferente, se habría esforzado más para entablar una plática, pero comprendía que no era el momento. Uno de los suyos se encontraba herido y había salido de improviso detrás de un extraño.

Sin poder soportarlo más, se despidió de ellos con cortesía y se dispuso a encaminarse a la villa Surem. Mientras se adentraba en los jardines para cortar camino, el susurro de las hojas y el crujir de la grava bajo sus pies resonaban en la noche silenciosa. Sin embargo, la calma se rompió abruptamente cuando dos soldados nalinnos, achispados por la osadía que la oscuridad les confería, se acercaron con intenciones perturbadoras.

Ella, sintiendo el miedo en su pecho, apresuró el paso, pero los soldados la persiguieron con determinación. Las tinieblas de la noche intensificaban su pánico, y las sombras de los jardines se cerraban sobre su cuerpo como zarpas intangibles.

A lo lejos, una figura alta se paseaba en uno de los pasillos. Un destello de esperanza invadió su corazón. Sin pensarlo dos veces, corrió en su dirección y la abrazó con desesperación, buscando refugio en la seguridad de aquel cuerpo desconocido.

—¡Cuánto tiempo sin verte! —exclamó Fargo, sus palabras cargadas de nerviosismo, mientras se aferraba a una cintura firme y dura.

La figura alta resultó Li Ikal, quien se vio sorprendido por el abrazo inesperado, pero a la brevedad comprendió la urgencia en su acción. Rodeó con sus brazos a Fargo, enfrentándose a los soldados nalinnos con una mirada que heló sus intenciones. Aturdidos y temerosos al reconocer al príncipe, los hombres se retiraron presurosos.

Una vez a salvo, Fargo se soltó repentinamente, su mirada encontrándose con la de Li Ikal. En ese silencio compartido, un estremecimiento recorrió sus espinas. Ambos, sin haber tenido la oportunidad de admirarse tan de cerca, se quedaron impresionados por la apariencia del otro.

Fargo, con cabellos rojos como la sangre, ojos azules y piel pálida, decían que emanaba una belleza que desafiaba los estándares conocidos. Li Ikal, alto y musculoso, con piel oscura y cabello blanco, representaba todo lo que contrastaba con lo que era familiar para ella.

—Yo... —titubeó, sin saber qué decir debido a la inusual situación—. Lo siento —añadió con nerviosismo y con intenciones de echarse a correr.

Él intentó detenerla, tomando su muñeca suavemente, buscando dialogar más. Fargo, sintiéndose nerviosa y vulnerable, trató de liberarse.

—Hermosa dama que corre en la oscuridad, todavía no te vayas.

Fargo, sintiendo la tensión en el aire, cerró los ojos con fuerza. La proximidad con el heredero Ikal, la llenaba de confusión y fascinación. Sin embargo, la ansiedad la envolvía, y con un gesto rápido, logró liberar su muñeca.

—Debo irme. Gracias por intervenir, pero no deberíamos estar aquí.

Él la miró con intensidad, para luego asentir.

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