Capítulo 66: ¿Guerrero o cazador?

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Sentaria, Aukan.

1104 d.c.

Todos.

El día del gran final llegó acompañado de gritos eufóricos por parte de los espectadores que esperaban con impaciencia ver qué par de guerreros se enfrentarían para alcanzar la máxima victoria.

Los competidores pusieron todo su empeño en las justas, espoleando sus caballos y atacándose con el rigor que los límites establecidos les permitieron. Farnese y Quinn fueron los terceros en participar, ambos con el pensamiento de que solo uno podía resultar finalista junto con Hasan, que había vencido a Liren Fergus, hijo de la princesa Lisa Ikal, hermana del rey; un joven que a su corta edad era el terror de muchos hombres.

Aramis venció a Hakim con facilidad, por lo que se encaminó unos pasos más cerca de la última batalla,

Farnese subió a su caballo con una agilidad que el vendaje en su brazo no le negó. La lesión no le importó en lo absoluto, mucho menos las insistencias de su padre para que abandonara el juego.

—Hijo, piénsalo bien —Había advertido en la mañana—. No es necesario arriesgar tu vida por esto. Tus lesiones no han sanado del todo, es peligroso.

—Lo sé, padre, pero no puedo retirarme ahora. Debo demostrar que soy digno y valiente.

—Hay otras formas de probar tu valía —dijo su padre y le dio una sonrisa reconfortante.

Farnese lo escuchó, más no vaciló ni se echó atrás. Estaba decidido a hacerse notar como un candidato ideal ante los ojos del rey Koram.

El rugido del público llenó el aire cuando los dos príncipes se posicionaron en los extremos opuestos de la liza.

Farnese firme sobre su majestuoso corcel sostuvo la lanza con ligera vacilación. Su escudo, adornado con el emblema de un caballo reflejaba la luz del sol. Frente a él, Quinn lleno de ímpetu, montó un caballo negro y su escudo llevaba el símbolo del demeteo, emblema de su linaje.

El sonido agudo de las trompetas rompió el silencio. La tierra tembló bajo el galope de las poderosas bestias. Las lanzas se alzaron mientras el polvo se levantaba en nubes tras ellos.

Farnese giró a su corcel y se preparó para el asalto. Atacó con la precisión de un halcón en picada. Su lanza encontró su objetivo con fuerza y destreza, impactando justo en el centro del escudo de Quinn. El joven no pudo resistir el golpe, su escudo se partió y, con un grito sofocado, fue derribado de su montura, cayendo pesadamente al suelo.

Los aplausos y vítores estallaron debido a la sorpresa. El príncipe, considerado por muchos como débil, había derrotado al nalinno ágil en la caza y el manejo de lanzas. Resistió y derribó. Y se ganó el respeto del público.

Quinn se incorporó y se sacudió el polvo de la ropa. Se acercó a Farnese con paso veloz.

Farnese, que ya había desmontado, se quedó quieto, observándolo. No estaba seguro de lo que haría.

—Felicitaciones —dijo Quinn con sinceridad, a pesar de que la derrota le pesaba en los hombros—. Has ganado con honor —Inclinó la cabeza y después lo miró a los ojos.

Pese a la desilusión, no podía menospreciar el esfuerzo y desempeño del otro.

Farnese, sorprendido por el gesto, le devolvió la reverencia.

—Tuve un digno oponente —habló con una sonrisa.

Quinn lo imitó y mostró sus dientes blancos en un gesto amistoso.

—Espero que podamos cruzarnos en otro momento, tal vez bajo otras circunstancias.

—Me gustaría mucho.

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