Capítulo 30: El Sendero de los héroes

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Año 1103 d.c.

Sentaria, Aukan.

Hasan Koram, heredero del trono de Kistam.

Gracias a los disturbios causados por la detonación del Averno, él y los demás lograron acceder fácilmente a las caballerizas y tuvieron vía libre para aprovisionarse.

Hasan se encontraba perplejo, preso de la incertidumbre que implicaba buscar y, si era posible, encontrar un lugar desconocido para cualquier habitante vivo. El Ikal afirmó conocer a la perfección toda la región circundante a la ciudad, sin embargo, no había avistado ningún templo en los lugares indicados por el poema.

Mientras la luna se deslizaba cautelosa hacia el horizonte, se aventuraron en lo más profundo del corazón de la tierra aukana. Después de horas de incansable exploración, se percataron de que el paisaje se componía únicamente de densa vegetación y majestuosas peñas que se levantaban como guardianes de aquel lugar.

—Tal vez interpretamos mal el poema —dijo Farnese después de unos minutos mirando a Hasan fijamente, pareciendo notar la desesperación contenida que se gestaba en su rostro.

Hasan, con la espada de Lisol en la mano, detuvo su caballo en seco y la contempló atónito. Percibió una vibración, como una energía extraña que emanaba de ella, al principio era suave, pero al cabo de algunos segundos se intensificó tanto que no pudo seguir sosteniéndola y la lanzó a unos cuantos metros.

Li se apresuró, bajó de su animal con una agilidad extraordinaria y se agachó para tomar el arma.

—¿Qué demonios? —preguntó Hasan siguiéndolo.

—¿Por qué la has lanzado así? —Lo regañó Li—. ¿Crees que se trata de una baratija que puedes tirar?

—Por lo mismo que no es una baratija, dudo mucho que se rompa o se dañe —Replicó Hasan malhumorado y viéndose las manos—. Esa cosa comenzó a temblar.

Li se volvió para mirarlo con desdén y sostuvo la espada con decisión, dispuesto a seguir la vibración como si de un mapa o un guía se tratase. Para sorpresa suya y de todos, tras un conjunto de árboles descubrieron una antigua puerta de piedra, de la cual resaltaban algunos símbolos grabados.

El príncipe Ikal colocó el arma a la par de los símbolos y justo después de hacerlo un destello plateado los iluminó. La puerta crujió y se abrió lentamente con un estruendo.

Hasan miró las caras de fascinación de los demás y exhaló preparándose para aventurarse en la oscuridad que lo esperaba delante. Con el corazón latiendo con violencia, entraron en el pasadizo que se extendió para ellos, guiados por la luz que mágicamente emitía la espada falsa, cortando así la oscuridad.

—El templo madre —murmuró Farnese asombrado.

El templo se erguía majestuoso ante ellos, pero su grandeza había sido devorada por los años de abandono. La humedad del tiempo cubría sus muros, con raíces de árboles a través de grietas y ramas entrelazadas con la misma piedra. Al cruzar el umbral, una estatua imponente se levantó en el centro del recinto, una figura de cuatro metros de altura que representaba al dios de la guerra, Liveztacn.

—Es impresionante, pero sin duda innecesario —dijo Hasan con desprecio. Había un poco de aversión por parte de su familia Koram hacia ese dios en especial—, ¿Acaso los antiguos aukanos creían que él protegería la espada?

Li le dio una mirada de desaprobación.

—Liveztacn es nuestro más grande dios —dijo el Ikal—, todavía no puedo entender por qué en Kistam no lo adoran como lo hacemos aquí, es el más fuerte entre los dioses.

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