Capítulo 55: ¿Verdad o mentira?

12 2 32
                                    

Lucero del alba, Danae.

1104 d.c.

Hanissa Koram.

Había escuchado todo lo que le dijo, incluso leyó su carta una y otra vez, pero no pudo creerle. Sentía su traición como un puñal en el corazón, no era algo que pudiera pasar por alto.

Los recuerdos de aquella noche en la que compartió su intimidad con él, en la que estuvo dispuesta a entregarse sin importarle nada, la atormentaban. Pensaba en la posibilidad de haber caído en una trampa y que la embriaguez solo había sido una excusa para no comprometerse con ella. Las palabras dulces y sus ojos suplicantes le sirvieron para manipularla.

No pudo dormir y durante el día tampoco logró encontrar tranquilidad o una explicación para sus sentimientos.

También no paraba de rondar en su cabeza el recuerdo de Fargo comportándose de manera extraña en el día anterior, como si se trajera algo entre manos. Tuvo miedo de que se tratara de una reunión con el príncipe Ikal, por lo que interesada por conocer su paradero se presentó en el castillo al anochecer.

Al llegar, los sirvientes la condujeron hasta la entrada del comedor, donde estaban reunidos todos los Surem, a excepción de Fargo. Lucían como una familia perfecta, charlando y riendo, con la luz de las velas reflejadas en sus ojos claros.

La cena consistía en platillos a base de verduras y postres de distintos tamaños y colores. Era una escena de la que desde niña deseaba formar parte. Difería mucho de las comidas silenciosas en Torre celeste donde solo existía la melancolía y la soledad.

«Duele mirar lo que nunca podrás tener», pensó y retrocedió, rezando para que nadie notara su presencia.

Caminó de regreso, ignorando a los sirvientes y ordenándoles no avisar a ningún miembro de la familia real. Sin embargo, antes de que pudiera doblar la esquina, una mano se aferró a su brazo y la frenó.

Se volvió para enfrentar al entrometido y se encontró con los ojos azules que protagonizaban sus sueños y pesadillas.

—Hanissa —llamó él—. ¿A dónde vas?

—Regreso a mi villa —respondió ella tajante, intentando liberarse.

—No lo hagas. Si has venido debe ser por algo importante. ¿Puedo saber el por qué?

—No y te ordeno que me sueltes.

—Hanissa, yo...

—¡Te he dicho que no quiero que me toques! —gritó y lo empujó con fuerza.

Farnese la miró perplejo y abrió la boca, pero ninguna palabra salió de sus labios.

Permanecieron mirándose con el pecho subiendo y bajando por la agitación, hasta que un par de sirvientes se ofrecieron a escoltarlos hasta el comedor. Ambos enviados por los reyes, que habían escuchado su discusión.

Al presentarse ante ellos hizo una reverencia y les dio una sonrisa gentil.

—Princesa Hanissa, ¿se encuentra bien? —preguntó el rey Faricio.

Ella se irguió, todavía sofocada.

—Estoy bien, majestad —dijo.

—Nos pareció escuchar una pelea. ¿Este hijo mío la ha molestado?

—No, majestad —Se mordió la lengua y mantuvo una actitud serena.

—Quizá se trató de un malentendido —El hombre sonrió.

—¿Dónde está Fargo? —inquirió Farid luego de comer un trocito de pan—. Le dijo a su dama de compañía que iría a verla para hablar sobre el asunto de su regreso a la villa.

Flores y estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora