Capítulo 42: Balada magica

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Año 1104 d.c.

Claro de luna, Zuxhill.

Artemina Zen.

La Biblioteca Prohibida había sido erigida por Arfemis I con el propósito de ocultar todos los libros, objetos, armas y toda clase de creaciones que su hermano, impulsado por la locura, se encargó de elaborar. A pesar de las críticas y dudas de otros monarcas, quienes consideraban sus métodos inseguros, él nunca cedió ni se esforzó por justificar sus decisiones ante ellos.

A Artemina le fascinaba llenarse de conocimiento, por lo que desde pequeña trató de prestar atención a todos los comentarios y misterios respecto a su cultura y antepasados. Se sabía poco sobre el motivo del abandono de sus islas hace tanto tiempo, pero las canciones antiguas narraban la existencia de monstruos creados por sus propias manos, así como la muerte de numerosos hechiceros.

Supo que un renombrado historiador de Zuxhill se dedicó a recopilar todas esas canciones y versículos dispersos por la nación, y posteriormente escribió el libro "Balada mágica". Aunque el título sugería una melodía suave, la historia contenida era todo menos eso. Relataba la huida desesperada de los pocos mágicos afortunados que lograron escapar y sobre las abominaciones que los obligaron a hacerlo. Estas mismas desataron una guerra que casi aniquiló a su pueblo, sumiéndolos en una serie de desastres consecutivos.

El rey Arfemis I comprendía que las creaciones mágicas debían ser contenidas y no liberadas en ninguna circunstancia, ya que algunas eran indestructibles. Aunque nunca lo expresó abiertamente, fue por esa razón que creó la biblioteca, sacrificando el alma y su vida para asegurar que, en el futuro, su pueblo y su dinastía pudieran perdurar.

En la actualidad, "Balada mágica" era uno de los libros prohibidos y decomisados de la nación, no porque se considerara maléfico o peligroso para los ciudadanos, sino porque los antiguos señores temían que si los monarcas del norte, sur, este y oeste se enteraban de la magnitud y el alcance de sus poderes y de lo que eran capaces de hacer, verían a Zuxhill como enemiga y a sus habitantes como seres peligrosos que debían ser eliminados.

Artemina recordó todo eso y se sintió desdichada. El sacrificio y esfuerzo de ese antiguo rey resultó burlado y manchado por uno de sus vástagos. Contemplaba su cuerpo delgado y tembloroso, a causa de la debilidad, con las cejas fruncidas y los brazos cruzados. No tenía intención de moverse, a pesar del deplorable estado en el que se encontraba. Idonis y Farnese lo atendían y eso era más de lo que se merecía en ese momento, además de que se recuperaría pronto con los cuidados adecuados y un largo descanso.

La tristeza que percibió en Artemis le supo a hiel, al igual que la preocupación en su consejero. Lo sostenía en sus brazos como un padre protector y amoroso. No era de su sangre y le mostraba más afecto del que su progenitor le había mostrado nunca. Arfemis, ese bastardo. Odiaba que llevara el nombre de un rey tan destacado.

Al recordar a su difunto esposo, un calor abrasador recorrió su cuerpo, y la rabia se reflejó en sus ojos con una intensidad mortal.

—Madre —llamó Artemis con voz quebrada—, creí que estabas en la fiesta —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Puedo explicarlo. Yo... Nosotros...

—¡Cállate! —gritó ella con tanta fuerza que el suelo de la biblioteca tembló—. Nunca espero nada de ti, pero siempre logras decepcionarme profundamente. ¡¿Cómo pudiste hacerlo?!

—De verdad, podemos decirle todo lo qué...—intentó decir Farnese, pero fue interrumpido.

—¡Tú también cállate! —ordenó y se volvió hacia su hijo—. No puedo creer que lo trajeras aquí en primer lugar, pero eso no es lo peor. ¡Usaste magia oscura! ¡Brujería! —lo señaló con un dedo acusador—. Si no fueras mi hijo, te mataría aquí mismo.

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