Capítulo 12: Rio Helis

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Kistam.

Hasan Koram, heredero del norte.

Hasan, en comparación con sus hermanos, había sido educado de manera distinta. Desde temprana edad, se sumergió en viajes junto al general Valente, explorando cada rincón de la nación. Este enfoque se dirigía a prepararlo para su futuro como rey, asegurándose de que conociera a la perfección su tierra natal. Y así fue, pues él estaba familiarizado con cada hogar, localización, y protector, así como con los puertos y bahías.

Para llegar al río Helis, tuvieron que atravesar el bosque Caelis, costándoles más de una noche cabalgando. Los árboles de cerezas y los pinos revestían el panorama lúgubre y el sonido de las aves en ellos convirtieron su travesía en la más bella canción.

Hasan temía ser sorprendido en una emboscada por parte de aquellos que deseaban su muerte, así que ordenó a algunos hombres de su guardia que los acompañaran, manteniéndose a cierta distancia para no interrumpir sus conversaciones.

No recordaba cuanto tiempo había pasado desde la última vez en que pudo sentir su corazón en paz, donde todo era un camino sin rocas, troncos y hierbas enredosas. Fue una sensación momentánea, ya que con el solo hecho de respirar, la sensación de no seguir haciéndolo lo abrazaba como una mujer a su esposo caído.

La mente de Hasan estaba inundada de pensamientos, el deseo de partir y rogar el perdón a aquellos dos seres en el mundo de los justos lo consumía, pero intuía que su destino no residía allí. Más bien, se vislumbraba al lado de los dioses demonios, en el mundo de los injustos, lo que lo hacía sentir aún más desdichado, ya que comprendía que tal vez ni siquiera después de la muerte podría postrarse a sus pies.

Después de ascender una suave colina, el sombrío paisaje dio paso a uno deslumbrante, donde las flores de Airzonte reinaban como protagonistas, y el río, su más amado acompañante, destellando con gracia a través del panorama, otorgando un toque de serenidad y belleza sin igual.

Farnese bajó de su caballo y se acercó a las flores azules, tocó sus pétalos dándose cuenta por primera vez de que sus espinas eran más grandes que en cualquier otra flor.

—No las toques —Le advirtió al verlo extender sus manos para tomarlas.

—¿Crees que encuentre la forma de plantarlas en Lucero del alba? —preguntó Farnese alejándose.

—No se dan al sur de Kistam, mucho menos al sur del continente donde su clima siempre es cálido —respondió él al lado del río—. ¿Para qué quieres plantarlas allá?

—Bueno, son hermosas.

—¿Solo por eso?

—Sí... No, bueno... ¿Por qué preguntas eso? En todo el camino te limitaste a asentir y por poco no nos detenemos a orinar. ¿Ahora te ha dado por ser curioso?

—Estaba pensando.

—Eso no es sorpresa, siempre parece que lo haces en exceso. ¿En qué pensabas?

—En que el señor al que Erzyon seguía debe ser muy cercano a cualquiera que estuvo en el banquete de bienvenida de Nalinn, cuando el incidente. Piénsalo, sino, ¿por qué nos señalaría y lo enviaría a matarnos en primer lugar? Ese alguien sabía que quién tuviera un don profético sería una amenaza.

—Hasan, casi todos los que estábamos en el banquete éramos príncipes o hijos de los altos consejeros y señores, generales y la guardia real.

—Estoy seguro de que alguien que estuvo ahí tiene conexión con su señor, o peor aún, es el señor.

—Lo que dices es muy grave...

—Pero no niegues que tiene sentido.

—Avisemos entonces a nuestros padres, que reúnan al consejo y a los guardianes, y a sus abanderados también para que estén atentos, nadie intentará enfrentar al norte y sur juntos.

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