Capítulo 41: El caballero y su caballo negro

90 11 138
                                    

Claro de luna, Zuxhill.

Año 1104 d.c.

Artemis Zen.

Se encontraba absorto en su plática con Hakim cuando las doce campanadas que indicaban la media noche lo sobresaltaron.

—Debo irme —dijo y se levantó.

Sintió un ápice de amargura por tener que dejarlo luego de ver que parecía disfrutar de la charla y su compañía, algo muy raro.

—¿A dónde vas? —preguntó él.

—Tengo un compromiso.

—¿Qué compromiso? ¿Por qué todos se están yendo? Incluso tú.

Parecía herido, pero no podía entretenerse más.

—Me veré con alguien. No creo que quieras saber para qué.

El rostro antes apesadumbrado se volvió frío.

—No creo que quiera —dijo Varty—. Vamos Kim, no pongas esa cara. Déjalo disfrutar su juventud como quiera.

—Yo no se lo he impedido —escupió Hakim de mala gana y luego se volvió para mirar a Artemis—. Si tienes que irte, entonces largo.

—Te veré en la clase de kistano —respondió dándole una sonrisa a manera de disculpa.

—Largo.

Se sintió extraño mientras se dirigía al punto de encuentro, tanto que la sensación logró superar sus nervios. No se explicaba por qué, pero una parte de él deseaba hacerlo parte de todo, poder compartir también ese secreto con él al igual que con su hermano.

Teniéndolos a ellos y a Farnese podría sentir que era invencible. Pero tampoco quería arrastrarlos a un peligro de esa magnitud. Debía protegerlos. A Farnese ya no podía, puesto que él se había metido mucho antes en el embrollo, pero con Aramis y Hakim sería diferente.

Al llegar y reunirse con los otros notó en Farnese un dolor remarcado en su rostro. Sus ojos azules, teñidos de rojo por las lágrimas que seguramente derramó, las cuales le revelaban una tristeza profunda. Lo conocía de toda la vida, había cosas que no podía ocultarle. Olía a tristeza y rabia. Probablemente se sentía impotente. Sin embargo, decidió no preguntarle nada hasta después de completar la misión.

En menos de diez minutos, alcanzaron el lugar predicho. El castillo Zen era una maravilla a la vista, con hermosos colores adornando cada esquina, y la estructura interior, tan elegante y digna de los seres mágicos. Estaba muy orgulloso de que fuera su hogar.

En el techo había antorchas que iluminaban por completo cada rincón, flotaban y se desplazaban debido a hechizos sencillos y el fuego jamás se extinguía. Era un espectáculo fascinante para cualquier persona que no viviera en Zuxhill, pues esas maravillas eran totalmente comunes para sus habitantes.

En las paredes colgaban muchas pinturas de los antiguos monarcas de la nación, desde la antigüedad hasta los últimos dos, Arfemis II y Artemina Zen.

El artefacto que buscaban para exorcizar la espada era el brazalete Zen, que amplificaba los poderes mágicos, haciendo a su portador casi invencible. Había sido puesto en cautiverio, ya que causaba daños irreversibles a quien lo usara por mucho tiempo y para fines oscuros.

Su madre seguía en la celebración, por lo que, tras prepararse con su magia ilusoria, emprendieron el camino al largo túnel el cual era la antesala de la biblioteca. Él lo recordaba muy bien, ya que el llegar hasta allí había sido motivo de múltiples castigos por parte de su madre tras desobedecerla. En aquel entonces el control de su don era menor y los hechizos con los que contaba eran pocos, por lo que fue atrapado fácilmente.

Flores y estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora