Capítulo 35: Ocomancia

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Año 1104 d.c.

Claro de luna, Zuxhill.

Artemina Zen, reina regente de Zuxhill.

El Castillo de Claro de Luna se alzaba majestuoso en la cima de una colina, protegido por imponentes murallas y rodeado de fragantes flores de gardenia, cuyo delicado aroma disipaba el hedor de la ciudad.

Ninguno de los príncipes del norte había explorado las tierras mágicas ni se había aventurado más allá de ellas, por lo que resultaban un enigma total. Los seres de piel blanca, bendecidos con el don de la magia desde su nacimiento, eran temidos por algunos y odiados por la mayoría de los habitantes de las naciones guerreras y cazadoras, con quienes nunca lograron formar alianzas. Siendo Kistam y Danae las únicas con las que mantenían una buena relación.

Artemina Zen, de aspecto casi albino y mirada penetrante y hermosa, era considerada una buena regente por muchos de sus súbditos. Aunque era extremista y sorprendía a la corte con cambios que implementaba a su antojo, siempre se comportó con dignidad y altura.

Las leyes de Zuxhill diferían de las de otras naciones. En lugar de que el príncipe heredero asumiera el trono inmediatamente tras la muerte del rey, era la reina consorte quien gobernaba hasta que el primogénito varón contrajera matrimonio.

De entre sus hijos, Artemis era el que más se le parecía. Tenía un rostro similar al suyo y había heredado sus ojos grises claros. En cambio, Aramis se parecía a su familia paterna.

La relación con ellos se consideraba buena. Ante todos se mostraban como una familia amorosa, unida, estable y feliz, a pesar de la ausencia del rey Arfemis II. Nadie podía imaginar que en ella existía un sentimiento de aversión hacia su hijo menor.

Anteriormente había sido conocida como Artemina Zul, era pariente de la familia real por ser nieta de Arlena Zen, la hermana bastarda del rey Areson I Zen, fue desposada por Arfemis II a los quince años.

Su unión trajo una inmensa alegría al consejo y a la nobleza, ya que el gobernante, que rondaba los cuarenta años, finalmente aseguraría la continuación de la dinastía. Su sangre Zen, combinada con una belleza impactante y un carácter que, según muchos, compensaba su debilidad física, y la convertían en una excelente compañera y madre del futuro rey.

En los matrimonios arreglados, era habitual que el amor brillara por su ausencia, y su caso no fue la excepción. Sin embargo, la convivencia después del casamiento no resultó tan desagradable, lo que le permitió desarrollar aprecio por su esposo.

El rey mantenía una apariencia juvenil y era admirado por su carisma y buen porte, obteniendo los elogios de la mayoría de las mujeres del reino. ¿Cómo no podría sentirse cautivada por él?

Dos años después, dio a luz a su primer hijo, llenando de alegría a toda la nación. Se organizaron banquetes y grandes celebraciones en su honor.

Arfemis mostraba un increíble orgullo al presentarla junto al recién nacido en público, pero en la intimidad del hogar que compartían, su atención hacia ella era mínima. Pasaba sus días en burdeles, sin ocultar su infidelidad, e incluso en más de una ocasión ella lo encontró copulando con varias mujeres en su propia habitación. Eventualmente sus sentimientos por él se marchitaron.

Artemina sabía de su fama de mujeriego, pero nunca imaginó lo difícil que sería soportarlo.

»—Deberías guardar esas lágrimas para cuando tu padre muera —Le había dicho una vez, cuando le fue imposible contener el llanto delante de él—. Me parece tan irracional de tu parte, Artemina. Desde la noche de bodas te advertí que jamás podría conformarme solo contigo. Amo a las mujeres, en especial a aquellas que cuentan con la animosidad de una diosa del placer.

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