Capítulo 49: Princesa de cristal

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Lucero del alba, Danae.

Año 1104 d.c.

Farnese Surem.

Farnese abrió los ojos, sintiendo el dolor punzante detrás de sus sienes. La luz del sol que se filtraba por las cortinas entreabiertas le hacía imposible no volver a cerrarlos por un momento más. Intentó recordar cómo había llegado a su habitación, pero todo era borroso, como si las piezas de la noche anterior estuvieran dispersas en su mente.

Se sentó en la cama con cuidado, sosteniéndose la cabeza entre las manos mientras luchaba contra la sensación de mareo. La resaca lo envolvía, haciendo que cada movimiento fuera un esfuerzo. Estaba golpeado, de eso no había duda, pensó que quizá habían sido los forcejeos contra los que lo llevaron a su habitación, era tan confuso.

De repente, hubo un suave golpeteo en la puerta. Farnese parpadeó y se enderezó.

—Adelante —dijo con voz ronca.

La puerta se abrió y una sirvienta joven entró con cautela.

—Perdone, mi príncipe. El rey me envió a buscarlo. Dice que es urgente.

—Gracias. Dile que estaré allí enseguida —respondió.

La sirvienta se inclinó en señal de entendimiento y salió de la habitación.

Con paso inseguro, Farnese se dirigió hacia la puerta, preguntándose qué urgencia había llevado a su padre a llamarlo tan temprano en la mañana.

Al llegar unos guardias le indicaron que pasara. Lo hizo y cerró la puerta. Miró hacia adelante y allí estaba su padre, con el cabello tan rojo como el suyo, peinado en un moño alto, sus ojos azules brillantes como las estrellas.

—Padre —dijo Farnese, inclinando la cabeza en señal de respeto.

—Hijo, necesitamos hablar —respondió él—. Ayer no pudimos conversar sobre lo que ocurrió en el santuario de los sacerdotes con la princesa Koram. Dime, ¿qué sucedió realmente?

—Faritzae tendió una trampa. Ella provocó la situación para causar problemas. Si bien me afectó a mí, su verdadero objetivo era hacer quedar mal a Hanissa frente a los sacerdotes.

Faricio suspiró con cansancio.

—Entiendo. Hablaré con Faritzae sobre esto. No toleraré esas actitudes —Sacudió la mano—. Pero además de ese asunto, me han informado que te embriagaste anoche. ¿Es eso cierto?

Farnese bajó la mirada, sintiéndose avergonzado por su falta de control.

—Lo siento. No fue mi intención...

Su padre apretó los puños. Parecía estar realmente enojado.

—¡No quiero excusas! Eres un príncipe y tienes responsabilidades. Comportarte de esta manera no solo te deshonra a ti mismo, sino también a nuestra familia y a nuestro reino.

—Sí, padre. Yo... lo sé.

—Tengo mucho en qué pensar para ahora lidiar con los sacerdotes y la supuesta oposición.

—Mi rey...

—Hace años, cuando mi padre vivía, la oposición se levantó. Hubo tantos muertos, inocentes y traidores. Las madres lloraron la muerte de sus hijos por semanas, fue un problema que unió a casi todas las casas. Por esa razón es que conozco la seriedad que es este asunto. Así fue como Arfemis, Hasen y yo nos volvimos cercanos.

Farnese parpadeó y lo miró impresionado.

—¿Cómo fue que terminaron con el levantamiento?

—No resultó nada fácil. Fue un periodo oscuro, Farnese. La oposición estaba formada por aquellos que creían que el reino debía cambiar, que nuestras tradiciones y maneras eran anticuadas. Nos enfrentamos a traiciones dentro de nuestras propias filas y a batallas sangrientas. Fue la unidad y la lealtad de nuestros aliados lo que nos permitió sobrevivir. Arfemis, Hasen y yo formamos un consejo de guerra y nos enfrentamos a los líderes rebeldes con estrategia y fuerza. Pero no fue solo eso.

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