Capítulo XXXVII

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Mis manos tiemblan haciendo que no pueda atinar la llave en la cerradura

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Mis manos tiemblan haciendo que no pueda atinar la llave en la cerradura. Intento de nuevo, fallando nuevamente.

«Joder».

—Skate, ¿Que pasa?.

Mi madre llega a mi lado y justo en ese momento la llave entra, la giro y abro la puerta, corriendo hacia dentro girando mi cabeza hacia todas partes.

Corro hacia la sala, con mi mamá tras de mí.

—Skate...

Me detengo en el umbral de la sala, encontrando a David y Sofía que están discutiendo y no se percatan de mi presencia.

—Esa no era la forma de decírselo, David...

—¿Dónde está el abuelo?— pregunto desesperada, interrumpiendo a Sofía.

—¿Que pasa?...

—Esta en el parque— contestó David.

Doy media vuelta para correr hacia el parque, cuando él toma mi mano.

—No irás sola. Yo te llevaré.

Lo mire a los ojos por un momento.

Negro con negro.

Sus ojos brillan y observo un pequeño aro rojo extenderse por sus pupilas. Y ahí, ahí me doy cuenta que él no está hablando precisamente sobre llevarme al parque.

Tomo su mano, la cual se encuentra fría y halo de él, llevándolo hacia la salida. Corro por la calle, sintiendo la brisa fría de la noche pegar en mi rostro y como pequeñas gotas de lluvia van mojando mi cabello.

David en un momento se desapareció de mi vista y el nudo en mi garganta se intensifico aún más.

Llegue al parque, la lluvia se ha intensificado y hace casi imposible la tarea de ver, pero aún así busco con mi mirada al abuelo, entrando ya en desesperación al no encontrarlo por ningún lugar.

Lleve mis manos hacia mi cabeza, tirando de mi cabello empapado cuando muchas voces empezaron a resonar dentro de ella. Voces tétricas y espeluznantes. Todas mencionaban lo mismo una y otra vez, al mismo tiempo, con la misma tonada. Y aunque no podía entender que decían, mi estómago se revolvio y las náuseas inundaron mi cuerpo.

Mis ojos se dirigieron hacia el lugar más alejado y oscuro del parque y en medio de la oscuridad y las gruesas gotas de agua pude vislumbrar una silueta. Caminé hasta allí, sintiendo que en cualquier momento mis piernas cederían y me harían caer al suelo, pero aún así avance hasta él.

El camino se sintió como una eternidad, como un bucle en el cual sentía que con cada paso retrocedía tres más. Cuando llegue frente suyo, lágrimas y mocos corrían por mi rostro, mezclándose con la lluvia y, creando una obra de arte color carmesí.

Mis ojos ardían al igual que mis fosas nasales.

Llegue hasta él, observando pequeños puntos negros adornando el panorama de mi visión. Y sintiendo el sabor metálico de la sangre en mi boca.

BranxtorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora