Capítulo XXV

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Desconocido.

Cruzo las puertas, adentrándome al establecimiento. Observo el mostrador con la señora tras de él, revisando algo en un cuaderno con los ojos entrecerrados.

«Ya está quedando ciega»

Estrujo mis brazos para darle un poco de calor y suelto un suspiro.

Si afuera hay frío, aquí hay el doble y veo la razón en la pared del fondo, a mi izquierda; un ducto que manda aire frío a todo el lugar. Bajo de él, en una mesa de color plata la veo. Viste su habitual estilo en blanco y negro, mantiene un abrigo largo puesto y un gorro blanco.

Me imagino que debe tener frío, y como no, si está bajo el aire acondicionado y afuera hay como 14°.

«A veces me avergüenza ser tu consciencia».

Camino hasta el mostrador con las manos en los bolsillos de mi sudadera, mantengo la capucha sobre mi cabeza, tapando un poco mi rostro y camino con la mirada gacha hasta llegar frente a la señora que quita su vista del cuaderno para ponerla en mi.

—Te pareces mucho a...— se calla con el ceño fruncido, señalándome con su lápiz, mirándome fijamente y le devuelvo la mirada.

Sonrió y ella hace lo mismo con complicidad.

Sacude la cabeza y baja el lápiz dejándolo en el cuaderno que cierra.

—A nadie, olvidalo— dice haciendo un raro movimiento de cabeza— ¿Que necesitas?.

—¿Dónde puedo encontrar los libros de fantasía?— pregunto con una sonrisa coqueta que ella no pasa desapercibida.

Arquea una ceja.

—En aquel pasillo— contesta inclinándose en el mostrador para señalarme el pasillo, doy unos pasos atrás para seguir la dirección de su dedo— columna M.

Doy media vuelta para ir allí, a unos pasos de distancia, escucho el llamado de la señora. Giró sobre mi propio eje y observo a la señora que mantiene una sonrisa.

—Procura no enamorar a mi empleada.

—No se preocupe, señora. No voy por la vida enamorando a todo lo que camina.

Lleva dos dedos a sus ojos para luego apuntarlos hacia a mi. Sonrió por la amenaza, pero no me esperaba que después me mostraría su dedo corazón provocándome una carcajada y ella sonríe divertida.

Doy vuelta, camino hasta llegar al pasillo correspondiente, tomándome con el montón de libros de todos tamaños y colores.

Lentamente recorro el pasillo, leyendo los títulos de libros mientras los acarició con mis dedos.

Me detengo cuando uno llama mi atención y con cuidado, lo saco de su lugar.

Espada de sangre.

La portada era la mitad del rostro de una chica. El ojo que estaba a la vista, era verde, pero un verde muy oscuro y atrayente. Su cabello negro azabache estaba perfectamente peinado a cada lado de su cara. Sus labios de un rojo intenso al igual que el de la espada a un lado de su cara. Se veía solo la hoja de la espada que en letra doradas tenía grabado algo que no pude entender.

Doy vuelta para leer la sinopsis que es tan solo una pequeña frase con enredaderas en fuego a su alrededor.

Sus ojos te mostraban peligro y su hoja, poder.
Dos armas peligrosas, una avaricia inmensa y una resistencia diminuta...

Tomo el libro y camino hasta llegar de nuevo hasta el mostrador donde aún se encuentra la señora que sonrió apenas me ve.

—Quiero este— exclamo dejándolo en la superficie.

—Es un buen libro— expresa tomándolo.

—¿Lee todos los libros que le llegan?— pregunto con un dejo de sorpresa.

—Yo no, pero una amiga se ha leído casi todos— expresa sonriendo y mira hacia un lado. Sigo su mirada encontrándome con la chica antipática que se mantiene sentada observando un collar entre sus dedos.

La señora se da la vuelta y giro mi cabeza  hacia ella, veo sus intenciones de envolver el libro y la detengo.

—Lo leeré aquí.

—Ah okey

Lo deja en mis manos.

Después de pagar, voy a un sofá que me da una gran vista hacia la mesa donde está. Ella desplega una hoja en la mesa mientras habla con el chico que la ve fijamente.

Abro el libro en la primera página y en ese momento escucho el sonido de mi teléfono, lo saco rápidamente de mi bolsillo poniéndolo en silencio.

Giró mi cabeza hacia los lados y observo como todas las personas en la librería están inmersos en las hojas de sus libros, en los mundos literarios y recuerdo las palabras de la abuela.

El buen lector pueden pasar miles de cosas a su alrededor, pero mientras no arrebaten el libro de sus manos, ellos estarán bien y felices en sus mundos literarios.

Cuanta razón tiene.

El teléfono vibra en mi mano y vislumbró el nombre de la abuela en él.

«Hablando de Rey de Roma».

Atiendo, llevando el teléfono a mi oreja.

—¿Que haces?— habla directamente desde el otro lado.

—Emm nada— miento.

Escucho un suspiro de su parte.

—Dejala en paz.

«Hemos sido descubiertos. Repito. Hemos sido descubiertos».

—Solo la estoy cuidando.

—Ella no necesita de tus cuidados.

Ruedo los ojos con fastidio y voy directo al grano.

—¿Para que llamas?

—Tu madre vino a casa— dice y mi cuerpo se tensa por completo.

—Voy para ella— respondo más frío y tosco de lo que quería sonar.

Cuelgo la llamada y cierro los ojos por un momento. Los abro, observando como mis nudillos se encuentran blancos por apretar en libro en mi mano. Me levanto del sofá, le echo una ojeada a la mesa donde aún ella se encuentra y seguido, me largo de allí.

BranxtorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora