Prolongando lo inevitable

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Izana avanzaba por el oscuro pasillo revisando puerta por puerta a los inquilinos dentro de las habitaciones. Al final le esperaba una gran puerta de metal que siempre le dificultaba poder abrirla para poder ingresar al cuarto tras ella. Pero no sería la oportunidad en que visitaría a su ocupante. Tenía otras cosas por hacer.

Después de verificar que todo estuviera bien, regreso a la planta superior para darle el recibimiento a uno de sus visitantes favoritos.

—Vaya, pensé que no te vería más por estos lugares— dijo con una sonrisa juguetona sentándose frente al hombre que le esperaba ya en uno de los elegantes sofás de la recepción—. Si estás aquí, quiere decir que Manjiro dejó salir del corral a sus corderitos.

El hombre le entregó una caja a Izana, quien sonrió gustoso abriéndola para verificar su contenido.

—Son todas las que pude recolectar. No tuve el corazón para arrancárselas— dijo desviando la mirada mientras el espíritu verifican las blancas plumas—. ¿Cuántas más necesitas?

—Tal vez unas 10 más— respondió cerrando la caja y llamando a uno de los guardias para que la recibiera y las llevara a la bóveda—. Debo cumplir mi parte del trato ¿No?

Una de las puertas de las habitaciones en el subterráneo fue abierta para que el hombre entrara y pudiese ver al cautivo en su interior

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Una de las puertas de las habitaciones en el subterráneo fue abierta para que el hombre entrara y pudiese ver al cautivo en su interior.

—Hola— saludó abrazando al chico que corrió a recibirle con brazos extendidos—. No tenemos muchos tiempo.

—Lo sé. Pensé que no volverías— dijo aferrado al otro hombre—. Izana había dicho que si no regresabas pronto, me matarían ¿Cuánto dinero te falta reunir para que me liberen?

El hombre trató de explicarle que el pago de su rescate no consistía en dinero, sino en unas plumas especiales. La cara del cautivo fue todo un poema.

—¡¿Me estás diciendo que estoy encerrado aquí por unas mugrientas plumas?! ¡Compra una gallina y dáselas! ¡Maldición!— gruñó empujándolo por el enfado que sentía.

—Que no son simples plumas— dijo dándole otro empujón—. Cuando termine de pagar tu rescate, te explicaré bien.

Un sujeto alto golpeó la puerta con un bastón sobresaltando al par de amigos. Había llegado la hora de la despedida. Se dieron un último abrazo, con la promesa de que la siguiente vez que se vieran, sería para ver la liberación del chico cautivo.

—No te tardes, Baji— dijo antes de que la puerta fuese cerrada en su cara.

—No te tardes, Baji— dijo antes de que la puerta fuese cerrada en su cara

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Izana revisó la bóveda. Tenía un montón de plumas acumuladas. Quizás con aquella cantidad sería suficiente para su cumplir su objetivo. Le pidió al hombre tras de él que le ayudara a ponerlas en una bolsa y llevarlas consigo al subterráneo.

La gran puerta de metal fue abierta con la fuerza de los dos. En su interior había un chico pálido recostado sobre una gran cama que sonrió con debilidad al ver a Izana.

—Que mal te ves— susurró el espíritu sentándose en el borde de la cama.

—¿Podría por que me estoy muriendo?— dijo antes de comenzar con un ataque de tos que terminó con el chico escupiendo sangre—. No sueñes visitarme los miércoles...¿Ocurrió algo?

Izana le pidió a su "secuaz" entrar la bolsa con las plumas. El chico tomó la mano del espíritu y negó con su cabeza. El peliblanco insistió en que le diera una oportunidad para ayudarle a sanar.

—La última vez sólo sirvió por unas cuantas semanas— dijo con voz cansada—. ¿Por qué no me dejas ir?

—Porque es injusto— dijo apretando la mano del chico con la suya—. Aún tienes mucho por hacer en este mundo. Por favor, déjame intentarlo otra vez.

El chico recostado en la cama suspiró con agotamiento. Izana al parecer se había esforzado en conseguir aquellas plumas blancas. Terminó accediendo a que el espíritu utilizara el plumaje en él para curarlo, aunque fuese por algún tiempo.

—En momentos como éstos, es cuando me siento realmente inútil— dijo colocando las plumas sobre el cuerpo del humano—. No puedo salvarte con las mías porque hacen lo contrario a eso. Envídio tanto a Manjiro.

—No eres inútil— respondió tomando su mano y besándola—. Bueno, tal vez un poco. Pero sólo porque no has querido hacer tu trabajo conmigo.

Izana dejó de colocar las plumas sobre el chico de oscuro cabello. Sintió ganas de gritarle por tocar el tema nuevamente. Le había dicho incontables veces que no lo mataría pues seguía insistiendo con la idea que el humano podría cambiar en algo la sociedad actual, así como había logrado cambiarlo a él. Kakucho era diferente al resto de humanos.

El peliblanco era el único espíritu incapaz de sanar con sus plumas, y que éstas al ser arrancadas volvían a regenerarse. La muerte nunca se acaba. El trabajo de Izana no sólo se basaba en mantener bajo control y cuidado a los espíritus de bajo rango, sino que también de hacer que el ciclo de la vida se cumpliera. Un trabajo bastante triste y pesado según Kakucho.

El espíritu y el humano se habían conocido cuando el primero se debía encargar de separar las almas de los cuerpos de un montón de niños de un orfanato que ardía en llamas. Pero cuando vio a Kakucho haciendo hasta lo imposible para salvar a los más pequeños del edificio, su corazón se ablandó. Un niño de siete años había logrado esquivar la muerte por su noble y heroico actuar. Desde entonces Izana solía visitarlo seguido para asegurarse que perdonarle la vida no había sido un error. Tan frecuentes fueron sus visitas que terminaron siendo grandes amigos, y sin desearlo realmente, el espíritu cayó rendido ante los encantos del humano.

El día en que Kakucho sucumbió ante la enfermedad, Izana maldijo su propia existencia. Ver al único ser que amaba con todo su corazón estar esperando a que cumpliera con su trabajo fue suficiente para que perdiera la cordura. A pesar de saber que tenía prohibido ir en contra de la naturaleza, decidió no tomar la vida de Kakucho. En su lugar, ideó un plan que involucraba a Manjiro y sus espíritus. Sus plumas tenían el poder de sanar al humano. Raptó en primer lugar a una chica, cuyo hermano mayor estaba en conocimiento de la existencia de "ángeles" en la tierra y que estaba por concretar la compra de uno de éstos en el mercado negro. El hombre accedió de inmediato a entregarle unas cuantas plumas del "ser divino" a cambio de la liberación de su hermana. Pensó que su plan se había ido al demonio cuando el hombre le había contactado de regreso diciendo que el ángel había escapado y que no podría conseguir las plumas, aunque un par de días después llegó con una caja repleta de éstas, diciendo que su hermanito las ocultaba bajo la cama.
Sus secuaces le informarían de la presencia de más espíritus de alto rango en el plano físico, y que éstos frecuentaban a humanos. Gracias a eso, conseguir las plumas fue más sencillo. Y con ellas logró prolongar el tiempo de vida de Kakucho, aunque no logró curar su enfermedad mortal. Ésta seguís expandiéndose luego de un tiempo. Pero Izana no perdía la esperanza.

—Un día tendrás que dejarme ir— dijo ya más repuesto—. Soy un humano, mi vida es limitada.

—Cuando tengas noventa años hablemos de este tema— dijo viendo como las blancas plumas iban siendo absorbidas por el cuerpo de Kakucho.

El humano comenzó a toser otra vez, pero notó la diferencia cuando no quedó sangre en su mano.

Feathers [Tokyo Revengers]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora