IX: El grupo

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Ese sábado me desperté con una noticia muy triste. Al rededor de la 1 de la tarde desperté con varios mensajes de mis compañeras de curso, en especial de Bernie, quien era con quien yo me sentaba todos los días. Bernie me había contado que el padre de Mara, una muchacha que se sentaba delante de nosotras y una amiga mía, no se encontraba bien y había fallecido en la madrugada. No pude evitar romper en llanto e ir con mi madre. El año anterior había fallecido el padre de Libby durante las vacaciones de verano. Me cambié rápidamente y me dirigí hacia la sala velatoria para ver a Mara. No conocí a su papá personalmente pero parecía un buen hombre.

Luego de haber llorado lo necesario y haberle pedido a mi papá que mejorara sus hábitos, me llevó hacia el centro de la ciudad. En cuento entré, vi a mis amigas sentadas en el piso y a Mara completamente destrozada. Ella se levantó y se refugió en mis brazos. Lo único que pude hacer fue apretujarla fuerte contra mi. Me sentía triste por ella, sabía que su relación con su papá era importante para ella y no se veían muy seguido. Solo los domingos para el almuerzo, y ahora tendría que verlo en el entierro. Se me apretujaba el corazón de solo pensarlo.

Bernie, Faith y yo decidimos ir a por algo de comer en el McDonald's del centro mientras que Mara fue con sus hermanas y tíos. Necesitaba que le subieran el ánimo urgentemente, pero no sabíamos cómo. Y me partía el alma verla tan triste. Mara no era una de esas chicas que andaba compartiendo sus sentimientos por ahí, pero a media milla se la notaba triste, decaída y algo distante. Rápidamente me hice consciente de lo que estaba sucediendo. Cómo podías perder a personas que creías que estarían allí para siempre, de repente ya no estaban ahí. Y lo que pensabas decir queda atrapado en tu garganta porque no sabes como afrontar la situación. No sabes como pensar, como sentirte y mucho menos como reaccionar. Estabas a la deriva y podrías quedarte ahí si es que no hacías algo por tu cuenta y te recuperabas a ti misma.

—¿Qué vas a pedir?— no me di cuenta que tan metida en mis propios pensamientos estaba hasta que la cajera me habló. Sacudí la cabeza para disipar esos pensamientos negativos y le sonreí para luego darle mi pedido.

El almuerzo pasó bastante silencioso. Solo decíamos lo necesario. Ninguna de nosotras sentía que debía decirse algo con lo que había sucedido esta mañana. Recordaba haber tenido la misma presión en el pecho cuando el padre de Libby había muerto. Su padre me había recibido siempre como una hija y siempre que necesité algo me ayudó. Y que de un día para el otro se haya ido fue duro para todas nosotras. Libby lo había manejado como mejor pudo, pero sabíamos que muy dentro solo quería gritar y romper en llanto.

—¿Cómo te fue?—pregunta mi madre mientras yo me despojo de mi blusa negra para ponerme otra. Suspiro y acomodo mi cabello castaño de alguna forma para que no me molestase.

—Mara está desolada. No sabemos qué hacer para levantarle el ánimo. Entiendo que no podamos hacer mucho, su padre acaba de morir. Pero por lo menos quitarle la cabeza de ello.— le digo y caminamos hasta la sala/comedor. Tomo asiento en una de las sillas y apoyo mi quijada en mi mano.

—Lo mejor que pueden hacer ahora es acompañarla. No os sobre exijan tampoco. Ella va a sobrellevarlo como pueda y a su debido tiempo.—mi madre toma la mano que queda encima de la mesa y la acaricia con el pulgar. Le sonrío de labios cerrados y suelto otro suspiro. Aparte de ser una mujer la mar de inteligente, tenía una gran habilidad para decirte lo que necesitabas oír. Aunque en ese momento no lo supieras, lo sabrías en menos tiempo de lo que le tomó decírtelo. Admiraba a mi madre por muchísimas cosas, y su gran corazón era una de ellas.

—¿No tenía yo que llevarte yo a algún lugar?—pregunta mi padre, interrumpiendo el momento que estaba teniendo con mi madre. Asiento. Yo también necesitaba toda la distracción que pueda conseguir.

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