XIII: Los años pasar

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Quería hacer un borrón y cuenta nueva.

Quería que los últimos tres meses dejasen de existir. Y como eso no era posible, debía distraerme con otras cosas. Fui al retiro con mis amigas y Mia y Ami se las ingeniaron para subirme el ánimo de manera increíble. Por cinco días olvidé que Sterling existía y que ya no estábamos en la vida de la otra. Traté con todas mis fuerzas de sentir ese mismo fuego interior que se prendió en este mismo lugar, un año atrás. Pero la presión en el pecho era tan desgarradora que todo lo demás parecía más débil. Como si estuviera viendo una película en blanco y negro y no tuviera subtítulos. Todo parecía tan gris y triste. Era deprimente. Pero, como todo lo bueno tiene que llegar a su fin, volví al mundo real, donde no todo es tranquilo y el dolor es absorbente. Por lo menos durante esos cinco días no tenía la preocupación constante que podía doblar en una esquina y ver a Sterling. Trataba de mantenerme serena pero cada vez que recordaba todo me ponía a llorar. Era como hacer un duelo por alguien que seguía ahí. Y esa era la parte más difícil, pensar que la tenía tan cerca pero tan lejos a la vez. Ni siquiera ir a mi grupo de misioneros me daba felicidad. El ambiente era tan tenso que hasta me costaba respirar cuando la tenía cerca. Sentía sus ojos en mí, pero yo solo quería gritar. La gente comenzaba a especular y era incomodo.

No estaba haciendo un buen trabajo sobrellevando todo esto. Y se comenzaba a notar, en mi piel, en mis ojos, en mi cabello. Casi no comía y tampoco dormía. Era como si mi vida estuviera pasando y yo solo estuviera en piloto automático. Me imaginé mi último año llena de adrenalina de todas las aventuras y cosas nuevas que conocería. Pero todo estaba opacado y no sabía cómo salir de este pozo en el que me encontraba. Ami continuaba despotricando contra ella cada vez que era nombrada. Y yo me veía en la obligación de volver a abrir la herida cuando alguien me preguntaba por ella. Quería gritar cada vez, pero solo lograba responder:

—No, ya no somos amigas.

Dos años reducidos a cenizas y un montón de recuerdos guardados en una caja, como si se tratara de nada. Y yo solo quería saber si a ella le había costado tanto como a mí, si le había dolido tanto. Si en las noches se quedaba despierta pensando en lo que pasó y cómo podríamos haberlo solucionado. Quería saber si ella sufría tanto como yo, si el pecho le ardía al recordar todo esto. Pero creo que sabía muy bien la respuesta a eso y no era la que yo quería. Y era horrible, pero la parte perversa de mí quería que sufra como yo.

A esta altura, había puesto todo en manos de Dios. Y si algo tenía que pasar, sería bienvenido. Lo único que podía hacer era llevar el día a día y esperar que en un tiempo todo esto no me doliera tanto. Sentía que todo lo que había dicho y hecho durante este tiempo no tuvo sentido.

Para mayo ya éramos cordiales la una con la otra y tal vez esto era lo mayor que tendría de ella. Y estaba bien con eso, ya no esperaba que regresara. La campaña para nuestra elección del centro de estudiantes estaba tan cerca que ya sentía los nervios revolverme el estomago. Vay y yo nos habíamos pasado semanas lavando frascos. Y con el resto de mis amigas hacía meses que hacíamos manualidades para este día. Lo queríamos con tantas ganas que habíamos puesto todo de nosotras. Trataba de mantenerla a un brazo de distancia sin que pareciera que la odiaba. Y Sloane no ayudaba a mi situación cuando se sentaba a hablar con ella mientras veíamos los partidos. Con todo en mí quería preguntarle como estaba. Pero no quería ser yo la que diera el primer paso. Siempre era yo: Everleigh la buena, Everleigh la que esta para todos, Everleigh la que siempre da el brazo a torcer, Everleigh que deja que le pasen por encima. No quería ser esa Everleigh. Y si ella quería enmendar esta amistad, el esfuerzo ahora le tocaba a ella. Por meses hablé a una línea desconectada, esperando en contra de toda esperanza que ella me respondiera. Cuando quise acercarme, me alejó a empujones, como si no pudiera esperar a que saliera de su vida y cerrar la puerta. Si me quería, que me lo diga, así podíamos tratar de solucionar todo esto. Y si no me quería, que me lo diga también, así yo dejaba de esperar un milagro. Creo que merecía un poquito más de alguien que dijo quererme tanto. Estaba más que dispuesta a arreglar las cosas, pero no sabía que sentía ella. No podía hacer todo por las dos.

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