Los funerales en general me suelen poner nerviosa y ansiosa.
Una mezcla de emociones que en combinación no son buenas. No es que no me gusten porque me traigan recuerdos del funeral de mi madre, es más lo que me han hecho sentir desde que asistí a uno por primera vez. No me gustan.
Y sin embargo, estoy llegando con Mika al funeral de la hermana de Jenna. No sé cómo actuar, no sé qué decir cuando nos acercamos a la chica vestida de negro sentada frente a la urna con sus ojos cristalizados e hinchados de tanto llorar.
—Lo siento tanto, Jenn —escucho como le dice.
Desvío mi mirada cuando la abraza y ella esboza una sonrisa muy débil. Veo la urna y aunque tengo curiosidad de saber como lucia físicamente la hermana de Jenna, soy incapaz de acercarme a ver a la difunta. En cambio, Félix y yo intercambiamos una mirada muy rápida, y junto mis manos viendo como Jenna rompe el abrazo con Mika y me mira a mi.
—Siento tu perdida —le digo honesta, frunciendo los labios y ella se acerca un paso y me abraza.
No me lo esperé, de hecho, me congelo durante un segundo, un poco incomoda y trato de devolverle el abrazo al instante. Cuando Jenna deja de abrazarme pestañeo desviando la mirada a Mika y retrocedo un paso, él coloca su mano en mi espalda y yo inconscientemente busco seguridad y confort en su persona. Trago en seco, no me van para nada los funerales.
Un hombre mayor se le acerca a la castaña. Por el parecido físico que hay entre ella y el hombre, puedo deducir que es su padre. Nos mira y no dice nada, pero toma a su hija de la mano y se la lleva a una esquina aparte. De reojo veo como le dice algo, pero la voz de Félix me distrae y miro al pelirrojo.
—Jenn no ha comido nada desde anoche y me preocupa —le dice a Mika—, es que, nada, absolutamente nada. Todo lo que hace es beber agua.
—¿Quieres que vaya por algo a la cafetería de mi abuela?
—¿Irías y vendrías a traerle su sándwich favorito? Yo podría ir, pero no quiero dejarla sola.
—Si, obvio si —musita el castaño, su mano en mi espalda se mueve un poco hacia mi cintura, rodeando la zona y su toque cosquillea. Alzo la mirada para verle y ni siquiera creo que sea consciente de lo que está haciendo—, ¿quieres que traiga algo más? ¿algo para ti? ¿un buen café? Te veo cansado.
Mis ojos pasan al pelirrojo y Mika tiene razón. El chico tiene ojeras, hay unas pequeñas bolsas debajo de sus ojos.
—Por favor —casi jadea.
—Vale, entonces Nía y yo vamos y venimos.
En eso Félix baja su mirada a mi, me guiña el ojo y entiendo que es un gesto de agradecimiento. Junto con Mika nos dirigimos hacia la salida de la funeraria en silencio y dejo salir todo el aire de mis pulmones cuando estamos por abandonar la sala. Por primera vez noto el bullicio de personas que hay aquí, son demasiadas. No sólo chicos de nuestra edad, sino hombres y mujeres que parecen importante y que visten con trajes costosos de colores oscuros para mostrar respeto a la familia de luto.
Mis ojos se encuentran con los de cierta pelinegra fastidiosa que me mira, esta a varios metros de distancia, sus ojos pasan de mi al chico detrás de mi y devuelve la mirada hasta mis ojos para luego terminar poniendo mala cara hacia mi.
Yo la ignoro.
La ignoro completamente a ella y sus gestos ridículos.
—Vamos —escucho a Mika decirme, y toma mi mano entre la suya para guiarme.
El ambiente me resulta deprimente y suprimo recuerdos. Dejo que Mika me conduzca y me pierdo en mis pensamientos un instante. Por un momento no sé de qué hablar mientras caminamos, aunque no creo que haga falta pronunciar alguna palabra.
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Al borde de la genialidad
Genç KurguNía Monroe pasa de ser una chica de pueblo a una chica de ciudad en cuestión de un pestañear cuando se muda con su hermano mayor a la sofisticada gran manzana de la que tanto ha escuchado hablar: New York. Pero no solo pasa a ser una chica de ciudad...