El inicio de la profecía parte 2

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***

Cuándo abrió sus ojos, observó que estaba en un lugar lúgubre, rodeado de solamente cuatro paredes grisáceas, en una de ellas, había una puerta de madera con barrotes de hierro por donde entraba poca luz... era similar a una mazmorra. Intentó moverse pero sus manos estaban sujetadas a unas cadenas y estás a su vez, estaban pegadas de un gran muro de concreto.

Con violencia intentó liberarse pero no lo logró; le preocupaba saber dónde estaba pero de un momento a otro, sintió como algo saltaba en su rodilla.

– Amo, que bueno que por fin ha despertado– dijo una voz bastante conocida para él.

– ¿Myoga?– preguntó un poco confundido– ¿dónde estoy?, ¿qué estoy haciendo aquí?

– Es mi culpa amo Inuyasha, le rogué por ayuda al amo Sesshoumaru y fue quién decidió encerrarlo aquí en los calabozos del palacio.

– ¿Por qué lo hiciste Myoga?, tú conoces mi sufrimiento, debiste dejar que esos demonios me mataran.

– Las cosas no serían así amo, los demonios no iban a descansar hasta ultrajar lo más profundo de su ser y su cuerpo.

Ambos seres guardaron silencio al sentir la presencia y el aroma del Daiyokai de esas tierras. Sesshoumaru había ingresado por la puerta y estaba estoicamente mirando a su hermano encadenado y al viejo demonio.

– Debo hablar a solas con Inuyasha.

– Si amo– respondió la diminuta criatura para salir pesaroso. Respetaba mucho al hijo mayor de Inutaisho, pero apreciaba mucho más a Inuyasha, pues creía que había heredado lo mejor de su padre.

– Desátame pedazo de mierda– fue lo primero que lanzó Inuyasha con odio a su hermano.

– ¿Es así como agradeces el que te haya salvado?

– Yo no te pedía nada, jamás te lo he pedido y jamás te lo pediré... debiste dejarme morir y nunca revivirme con Colmillo Sagrado– espetó con ira.

– Mira bastardo– gruñó molesto el mayor peliplata mientras estrujaba a Inuyasha de la ropa– si hubiera sabido que Colmillo Sagrado se esfumaría al salvarte, no lo hubiera hecho, esa espada tiene más utilidad y valor que tú, no vales nada– concluyó mientras tiraba al hanyou contra la pared y luego se marchaba.

– ¿Crees que no lo sé?– susurró Inuyasha para sí mismo– sé que no valgo nada... nada...

Cuatro noches pasaron, lo sabía bien porque había observado la majestuosa luz de la luna llena. Ni Myoga ni Sesshoumaru lo habían visitado, pero sí sabía que una demonia, dejaba algunos alimentos para que él los pudiera consumir.

A pesar de esta atención, él no quería recibir nada; tan solo quería dejarse morir y no continuar con aquella nostálgica angustia. No obstante, en la quinta noche, su cuerpo temblaba a pesar de que se sentía demasiado caliente. Le costaba respirar y se sentía sumamente mareado, tanto, que le fue imperceptible el aroma que destilaba y la humedad presente en su retaguardia.

Escuchó la puerta abrirse, pero no lograba distinguir la silueta del ser que había ingresado, se sentía sumamente débil y dócil, tanto, que no reaccionó cuando poco a poco le iban retirando la ropa.

En el castillo, específicamente en el despacho, Sesshoumaru se encontraba organizando unos mapas y papeles de sus tierras. No había visitado más a Inuyasha, aquel estúpido hanyou no merecía su misericordia y mucho menos su presencia.

Había destinado a una de las mucamas (una omega) para que le brindara alimentos, pero aun así, rechazaba tal consideración y no comía. Si el deseo de su medio hermano era morir en el calabozo, no lo iba a detener.

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