Acercamiento

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– Por eso mismo no estoy de acuerdo– lo miró con enojo– cada vez que creo que conozco tus alcances, me logras sorprender– pronunció para luego tomar la mano de su hijo– vamos Inutaisho, ya es hora de dormir.

– Si papá, buenas noches señor Sesshoumaru– se despidió el mayor. Veía que su progenitor no se sentía muy cómodo al lado del dueño de aquel castillo, al parecer, ellos habían tenido situaciones complejas que no lograba entender, pero que percibía que le hacían mucho daño a su padre. Al ver que su padre no había hecho referencia en el lazo sanguíneo de ambos, le indicó que lo mejor no era llamar " tío" a ese hombre.

– Los acompañaré– demandó el daiyokai.

– Grr– gruñó el hibrido– cómo quieras.

Sesshoumaru dirigió a ambos hasta el dormitorio, tenía curiosidad por ver las rutinas entre Inuyasha y su hijo; así fuese como observador, quería presenciar las pautas de crianza que había tenido su hermano con el cachorro.

Se apoyó en el respaldo de la puerta, dándole a entender a Inuyasha que necesitaban hablar luego de que el infante durmiera y no se marcharía de aquel lugar hasta que lo hicieran.

– Papá, ¿puedes contarme una historia?

– Mmm... te contaré la historia de unos héroes que buscaban una perla que cumplía cualquier deseo, ¿te parece?

– ¿Cualquier deseo?– impresionado– si papá, cuéntame esa...– asintió entusiasmado.

– Bien– comentó mientras se recostaba a su lado– una vez existió una gran sacerdotisa de nombre Midoriko que luchó durante muchos días contra miles de demonios. Exhausta por la lucha, utilizó lo último de sus poderes y encerró su alma y la de los monstruos en una perla... esa perla se llamó, Shikon.

– La perla de Shikon...– susurró anonadado el niño.

– Muchas guerras, batallas, traiciones y maldiciones surgieron por esa perla, ya que humanos y demonios querían obtenerla, es por eso que a una gran sacerdotisa de nombre Kikyo– suspiró al nombrarla– tuvo la tarea de protegerla.

– Ella debió ser muy fuerte– comentó Inutaisho.

– Fuerte y hermosa– dejó salir lo último al recordar a su primer amor.

– ¿La conociste, papá?– consultó curioso.

– Si– respondió para luego acariciar la cabellera platinada de su hijo– la conocí, era alguien muy amable y ayudaba a cualquiera, tanto, que hubo un ladrón que se enamoró perdidamente de ella. Este ladrón se llamó Onigumo y le dio su alma a los demonios para poder estar con ella.

– ¿ Y ella lo rechazó?

– Así fue, ella ya amaba a otro hombre, pero Onigumo quien se transformó en un ser maligno llamado Naraku, no aceptó esto. Engañó a la sacerdotisa y a ese hombre para que ambos se lastimaran.

– Que cruel– mencionó el pequeño demonio.

– Lo fue, Kikyo selló a su amado durante cincuenta años y ella murió. Fue una gran tragedia. Ella con su último aliento, purificó la perla y pidió que la quemaran con su cuerpo y así momentáneamente desapareció la perla.

– Papá...– susurró bajo el niño.

– ¿Qué pasa, hijo?– respondió en igual tono.

– Creo que al señor Sesshoumaru le está gustando también la historia, no ha dejado de mirarnos mientras hablamos, ¿no estará cansado de estar de pie? – susurró a su padre.

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