No vuelvas a irte.

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La luz tenue del sol reflejada por la luna se colaba por las enormes cortinas de los ventanales y terminaba por bañar la manta marrón y parte del rostro con pecas.

El tictac del reloj de pared en el que ya nadie deparaba por la modernidad de los celulares interrumpía el anómalo silencio de la noche, y fuera de los dormitorios, el mecer de las plantas arañaba suavemente el cristal que les separaba del interior.

Las cosas, al menos por ese instante, por ese momento en la madrugada, parecían estar en paz.

Casi no parecía que una guerra se estaba preparando entre las gélidas sombras de la ciudad. Casi no parecía que había pasado ya una guerra en la que casi mueren las personas que ama.

Pero pese a que las cosas parecían tranquilas, él no lo estaba. Lo supo cuando en medio de la noche despertó de un sobre salto y amenazó con golpear a la nada luego de soñar que AFO estaba parado justo frente a él, listo para aprovechar su vulnerabilidad y robar lo que injustamente creía que le pertenecía.

Suspiró aún con la respiración agitada y con su frente siendo bañada por pequeñas e insignificantes gotas de sudor producto de la inquietud. Miró entonces a su alrededor.

Y lo encontró.

Reconoció en medio de la oscuridad a ese cabello lacio pero rebelde que se acomodaba en picos dispersos en todas direcciones. Identificó ese cuerpo más grande que el suyo que reposaba en el sofá de al lado como a quien le gana el sueño de la nada, como él hace unas horas.

—Kacchan...—susurró su nombre, tan bajo que parecía que temía despertar a los demás solo si hablaba un tono más alto.

Y no obtuvo respuesta.

Se convirtió en la primera persona en prestar atención al reloj luego de verificar que eran cerca de las tres de la mañana, y con cuidado, se levantó de su sitio para acercarse a aquel que dormía sin siquiera una frazada que le protegiera del frío.

—Kacchan.—Llamó de nuevo, quitándose la manta de sus hombros y colocandola cuidadosamente sobre el cuerpo del contrario. Tuvo miedo de molestarlo, pero igual se preocupó más por cubrirlo del frío, pues sabía que el otro no disfrutaba de esas temperaturas—. Descansa—murmuró luego de dejar la manta en su lugar e incorporarse con la intención de marcharse a su habitación.

Sin embargo, no pudo hacerlo.

Cuando estaba por dar el primer paso, fue sujetado con fuerza por la muñeca y detenido por cuatro palabras que pese a ser susurros perforaron en su cerebro y le hicieron pausar todo proceso lógico.

-—o vuelvas a irte.

Estaba inconsconsciente, sus ojos del color del rubíe estaban ocultos bajo sus párpados y su voz había sido tan calma que parecía un sueño.

—No vuelvas a irte, maldito Deku—repitió, eliminando cualquier duda que le hiciera preguntarse si se refería a él o no.

—N-No lo haré, no iré a ninguna parte—contestó, inseguro, sin poseer las palabras adecuadas o la contestación más sincera.

Y entonces el contrario abrió los ojos de golpe.

Rubí y esmeralda se encontraron en medio de la oscuridad que se convertía en su cómplice y testigo en ese momento tan silencioso y pacífico.

—Joder—bisbiseo el otro, aflojando el agarre con fuerza desmedida que mantenía presa a su muñeca desde hace unos segundos. Luego, ocultó su rostro entre sus manos y subió los pies al sofá, quedando oculto en una posición casi fetal.

—¿E-Estás bien?—cuestionó consternado, era extraño ver a su amigo actuar así.

El rubio no respondió.

Historias Katsudeku/DekukatsuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora