CAPITULO 23

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CITA

Me removí contra las sabanas, mis tetas estaban tan sensibles que solté un quejido cuando se rozaron con el duro y fibroso cuerpo de la Lujuria.

Levante la mirada para encontrarme con un dormilón que lo adornaba una ligera barba que debía ser rasurada y su cabello un tanto despeinado. Su rostro se veía tan relajado que por un instante dude en si estaba viendo aquel hombre que mataba, amenazaba y atemorizaba a diestra y siniestra.

Me levanté de la cama quitando con lentitud el brazo que me mantenía a su lado y me metí al baño. Hice una mueca apenas me puse de pie.

Me dolían las caderas, las piernas y los pechos. Mi coño estaba irritado e inflado de tantas veces que lo hicimos en la noche. De estar tan caliente no supe si mantener relaciones era bueno durante el embarazo, pero según la doctora Webber si estaba bien hacerlo.

Me fijé en mis perforaciones y dudé en si debía quitármelas o no, por lo de la lactancia, pero hasta no volver a ver a mi ginecóloga me los dejaría puestos justo con el del clítoris.

Me lavé los dientes y mi vista cayó en mi cuello, que estaba con algunos chupetones, me di la vuelta con el cepillo en la boca y los glúteos llamaron mi atención al verlos empezar a tomar un tono violeta.

Carajo, tendría que ponerme una pomada antes de que saliéramos.

Me enjuagué los labios y salí del baño para encontrar a Lugur con su espalda pegada en el cabezal, su cuerpo no se inmutó en taparlo y así en plena desnudez se estaba fumando un cigarrillo.

—Buenos días, Adeline—saludó con el cigarro en los labios, torciéndolos para que se liberara el humo.

—Ya te dije que no me llames así. Detesto ese nombre, además de que literalmente nadie me había llamado así en años. Solo lo hacía Kate cuando me iba a ver de niña.

Estiró una mano y entendí su señal. Caminé moviendo mis caderas sensualmente, le quité el cigarrillo apagándolo en un cenicero que había en la mesita de noche y apoyé mis manos en sus hombros para sentarme arriba de él.

Sus manos fueron a mis glúteos y los apretó un poco, ganándose una mueca de mi parte.

—¿Aun te duelen? —los masajeó.

—Tomando en cuenta que no me hiciste el amor, me follaste a lo bestia, las mordiste, azotaste y pellizcaste. Claramente aun me duelen, incluso se me están poniendo marcas moradas—le reproché con el ceño fruncido.

Asintió con aquella mirada que te ponía con la temperatura al mil.

—Entonces—me acarició la espalda, trazando un patrón con la yema de sus dedos—, si te quiero tomar justo ahora, en esta cama donde me mojaste la polla toda la noche ¿No podrías porque te duele mucho tu culo?

—Bueno—me mordí el labio—podría darte una excepción, ya sabes—me hice la desinteresada—solo porque vamos a jugar a nuestra de miel...

Me tomó por la nuca y me besó de una manera que me hizo soltar un ligero gemido. Su lengua traviesa choco con la mía y su respiración se tornó un desastre. Su mano derecha abandono mis pecas en la espalda y me apretujó el pecho derecho con fuerza, haciendo que le mordiera el labio y soltara un jadeo.

Su miembro no tardó en ponerse duro como una roca y me froté por arriba, dejando que su tallo hiciera contacto en mi clítoris. Sus yemas me pellizcaron mi pezón rosado y tuve que abandonar sus labios para soltar un fuerte gemido.

Eché la cabeza atrás y cerré los ojos en cuanto sus labios capturaron el montículo de carne. Mis manos migraron a su cabello y lo pegué los mas que pude a mis tetas. Su lengua jugueteó con el metal atravesado, escupió sobre mi pezón y lo volvió a chupar con ganas. Mi pecho izquierdo estaba necesitado de atención y lo supo cuando vio que estaba por apretármelo yo misma.

PECA CONMIGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora