CAPITULO 29

805 75 22
                                    

BENDITA

Dos meses después.

—¿Segura en que no quieres que te acompañe? —volvió a preguntar Edén.

Mi prominente barriga de seis meses de embarazo me hacía imposible la tarea de cerrar la maleta, así que mi esposo me estaba ayudando con ella.

Hacia dos meses que había hablado con Eliot sobre la posibilidad de irme a Nueva York un tiempo, solo para alejarme de todos, pero al mismo tiempo asegurarme de que nada malo fuera a pasarnos a mi bebé y a mí.

Eliot me había dicho que le avisara cuando me fuera para allá, pero esta vez si me iba, lo haría bien. Así que esperé a terminar mis prácticas y mi carrera.

Oficialmente era maestra, y ya no me sería necesario trabajar en la cantina de Marlo.

Y a Edén, también le estaba yendo muy bien, porque después de que fue gerente del supermercado, trabajó en fábricas y pasó por mas trabajos, finalmente estaba en algo estable.

Hacia unas semanas que habíamos abierto nuestro primer taller mecánico.

Ahora nos dedicábamos atender a gente del pueblo, y teníamos poco personal, pero más adelante, sabía que nos iría mejor y podríamos llegar a los deportivos que alguna vez vi en Nueva York.

Y aunque la noticia de Kate me tenía bastante afectada, Edén había sido un gran apoyo emocional, ya que cuando le dije, fue tan empático, lindo y servicial.

Me ayudo a ponerme de nuevo de pie y no sentirme sola.

Mi vida estaba bien y estable, mi marido me amaba y éramos felices, así que estaba lista para ir unos días a Nueva York.

Le dije a Edén, que iría unos días a Estados Unidos, no le dije a donde, pero por su expresión que puso, supe que sabía ya.

Pero como dije, estábamos bien, así que solo me abrazó y me dijo que confiaba en mí.

Justo ahora me volvió a preguntar si estaba bien yéndome sola con 6 meses de embarazo, mientras me ayudaba a cerrar mi maleta.

—Ya te dije que si, —me levanté del sofá, apoyando una mano en mi cintura—estaré de maravilla.

Avancé a él cuándo dejó la maleta lista. Apoyó sus manos en mi vientre y yo enrosqué mis manos en su cuello, dándole un beso en los labios.

Acarició mi barriga y me empezó a dejar besos por toda la cara, sacándome pequeñas risas.

—Aún no se mueve—murmuró angustiado.

Y si, mi pequeño o pequeña, aun no se movía.

Pero tampoco había tenido tiempo de ir con la ginecóloga para saber por qué, la escuela me había consumido al completo.

—Ya lo hará, tal vez es muy flojo—apoyé mis manos sobre las suyas.

—O floja—sonrió pegando su frente con la mía.

—¿Quieres una niña?

—O niño—quitó su tacto de mi vientre y me tocó las mejillas—lo que sea que nazca, ten por seguro que lo amaré.

Me gustaban esas palabras, porque, aunque mi hijo no tendría a su padre bilógico, tendría un buen ejemplo que seguir.

—Yo lo sé—le dejé un beso en su nariz—. Es hora de que me lleves al aeropuerto.

Subió las cosas en la camioneta y en el camino, lo iba viendo de reojo, dándome cuenta el gran cambio que había dado este hombre por mí. El cómo pasó a ser un enfermo de celos, a tenerme tanta confianza fuera posible, el cómo me había apoyado con la decisión de seguir estudiando sin tomarme mi incapacidad, el cómo creyó en mi cuando le di la idea del taller mecánico para nuestro futuro, el cómo me abrazó hace unas semanas, cuando me notó llorando por Kate, en cómo me ayudó a volverme a ponerme de pie y el cómo me decía todos los días que me amaba y a nuestro hijo.

PECA CONMIGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora