CAPITULO 14

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EL NIÑO ALBERTS

Ser una persona con un pasado suicida, era algo que te aterraba constantemente.

Te daba miedo el perderte de camino por donde ibas. Si estabas feliz porque conseguiste un trabajo, a los días llegaste tarde y tu jefe te riñó. Te sentías mala, creías que, si habías defraudado a tu propio jefe por una impuntualidad, tal vez lo harías cuando entregaras tarde un proyecto, tal vez esa vez te despediría y todas las malas situaciones que te podían pasar, se apoderaban de tu mente.

Luego, te ponías depresivo, tus defensas bajaban, el simple gesto de una sonrisa te cansaba, bostezabas todo el tiempo, te sentías cansada, no tenías fuerzas para comer, ducharte o incluso ver una película.

En resumidas palabras, una mala situación, te activaba la ansiedad y creías que la única solución, sería dejar de respirar.

Recaer en la depresión era mi mayor miedo, y creía que me estaba pasando.

Te daba miedo recaer en aquel poso que ya habías salido, para volver a él y creer de nuevo que jamás volverías a salir.

Luego de coger con Lugur, volví a llorar, lloré tanto que me sentía estúpida. Yo no era la víctima, la única víctima era Edén, su familia y Wendy. Me sentía tan ridícula por algo que claramente era culpa mía.

Me salí un rato al patio delantero para aclararme un poco la mente. Me dejé las manos en la cara y la espalda pegada a la fachada de la casa. Comencé a hipar y quise que unos brazos me rodearan, quise a Mariano, quise a Marcus, quise a mi tía y...

Una sombra se cernió sobre mí, no era la de Lugur, ni Edén no cualquier otro conocido.

—¿Te encuentras bien? —levanté la mirada y me puse de pie.

Un chico que aparentaba unos veinte años me veía con extrañeza, sus ojos azules fuertes, demasiado fuertes y el cabello negro.

—Si—me limpié la cara—Lo siento, ¿Sabes dónde puedo encontrar un teléfono público?

Me quise golpear en la cara al decir una pregunta tan estúpida luego de me vio a moco suelto.

Asintió.

—¿Te molestaría decirme? —me urgía llamar Alemania.

—Yo creo mejor deberías decirme quien y eres y que haces en mi casa—me sonrió tímido.

—¿Tu casa? —su rostro se me hizo familiar y fue ahí donde noté su parecido—¿Eres el hijo de los Alberts?

Sonrió más grande y sus ojos se achicaron.

—Sip, tú debes de ser la prometida del socio de mi padre—me tendió la mano—. Mucho gusto.

No se la recibí, porque estaba mojada de mis lágrimas.

—Oh—se dio cuenta—Lo siento, eso pareció malo de mi parte.

Portaba una playera de colores muy alocados, como los que yo usaba, pero la llevaba debajo de un overol color azul cielo, con un cinturón negro y uno de los tirantes caídos, mostrando la prenda llamativa.

—Yo soy la que debería de decirte lo siento, me viste llorando, fuera de tu casa—se me enrojeció la cara de vergüenza.

—No importa—se encogió de hombros—. Pero, ya sé que de seguro no debería meterme en esto, pero ¿Te encuentras bien?

—Me encuentro, que ya es algo—me quise ir de ahí, ya que me estaba avergonzando sola.

Me di la vuelta y planeé decirle la verdad a Edén, debía saber de una vez por todas que yo lo había estado engañando con Lugur y que realmente lo seguía queriendo. Pero mi cuerpo estaba muy cansado, no tenía las fuerzas para los posibles gritos que me lanzaría.

PECA CONMIGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora