April Langley siempre ha querido salir de Brooklyn, viajar, mudarse y, sobre todo, cambiar de aires. Los estudios y esa pequeña de casi dos años que ama con toda su alma no se lo han permitido...
Hasta ahora, cuando una noche, navegando por interne...
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—Ap, ese hombre es guapísimo.
—¿Y qué?
—¿Cómo qué y qué? ¿Tú lo has visto bien?
—Sí, por desgracia lo veo todos los días.
—¿Por desgracia? Ese cuerpo es una bendición para los ojos.
—Les, hay miles de hombres guapos por el mundo, solo es uno más. Y que sea atractivo no quita que tenga una actitud de mierda la mitad del tiempo.
—¿Por qué eres así? ¿Tan malo ha sido contigo?
—Es un imbécil, un idiota, un gilipollas, un...
—Bien, —carcajeó— me ha quedado claro que tu amor por él es infinito. —ironizó.
—Cuando hace algo que lo hace ver amable, después lo destroza con algún comentario estúpido.
—¿Estúpido o gracioso?
—Más bien gracioso, pero sin gracia —Lesli volvió a reírse—. Y también me pide hacer cosas estúpidas.
—Mejor dicho, cosas que no quieres hacer.
—Soy su secretaria, no su súbdita.
—Sólo te pidió un café, Ap. El problema es que le has cogido manía por una tontería, y ahora todo te lo llevas al lado malo.
Sólo llevaba una semana trabajando en la empresa de Connor Wright, y no estaba nada mal, menos por el hecho de compartir espacio con él.
Dos días atrás, mientras terminaba de redactar unas cosas para él, me llamó por el interfono para que fuera a su despacho:
—¿Cómo? —pregunté alzando las dejas ante su orden aquel día.
—Tráeme un café y un par de galletas. —repitió sin levantar la vista de su ordenador mientras tecleaba algo.
—Mmmh, no.
—¿Qué has dicho? —su mandíbula estaba totalmente apretada cuando me miró.
Ves a por el maldito café y cierra la boca.
—No, —me crucé de brazos— lo siento señor Wright, pero soy su secretaria, no su asistente personal.
—Es lo mismo.
—No es lo mismo. —refuté.
Te vas a meter en un lío, tu trabajo va a durar menos que la vida de una mosca.
—No me importa si es lo mismo o no, tráelo y ya está. ¿Lo que necesitas es que te lo pida por favor? —enrosqué en mi dedo un mechón largo de mi cabello con nerviosismo, sus ojos se fijaron en mi simple acto en ese momento.
—En mi contrato no vi nada sobre traerle café, por lo que déjeme decirle que puede traérselo usted, porque por lo que he visto, sabe andar perfectamente. —me di la vuelta, dándole la espalda y cuando estaba por salir pude escuchar su profunda carcajada, haciéndome estremecer al instante.