CAPÍTULO TRES (MAGA)

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Localicé la cabeza rubia blanquecina que me correspondía. Era Tyler Da Silva; veinticuatro años, complexión delgada y estatura medianamente alta. No tan alto como para resultar incómodo a la hora de reducirlo contra la mesada. Le hice las manos asegurándome de lastimarle la piel y luego disminuí la presión para que no se quejara más tarde.

Mientras menos me cambiase el tema de conversación, más rápido terminaríamos.

Lo saqué sin prestar atención al resto del operativo, mi tarea era sólo mía y de eso tenía que preocuparme.

El muchacho no presentó resistencia, incluso cuando le señalé que me llevase al baño lo hizo sin problemas ni distracciones.

Lo senté en el inodoro sin bajarle la tapa, para que no estuviese muy cómodo de moverse, y cerré la puerta con mi pie mientras me apoyaba en la pared frente a él y sacaba la pistola sólo porque podía. 

El baño era una porquería, lleno de pelotudeces que nadie se dignaba al parecer a tirar, y lleno de polvo. Por suerte mi nariz se encontraba lo suficientemente hinchada por el golpe de hace unos días como para no lograr inhalar bien; de lo contrario me hubiese encontrado con un espontáneo e infernal ataque de alergia.

Eso sí que arruinaría las cosas para mí. No hay mal que por bien no venga, "gracias Beanlort" pensé.

Noté que Tyler estaba medio sonriendo, mirándome y mirando cómo sostenía el arma. Pensé automáticamente que se estaba burlando de mí, y apreté los dientes por un par de segundos para no ponerme violenta al pedo.

-¿Qué mierda te da gracia? Te das cuenta de que estás en la mierda ahora mismo, ¿no cierto?- Intenté bajarlo a tierra de la forma más directa posible, pero tenía que centrarlo en mis preguntas y en los beneficios de colaborar. 

Suspiró con rapidez. 

-Sí. 

-Bien. Quería corroborar que estuviésemos en la misma página. Te preguntarás por qué te agarré particularmente a vos y te traje acá.

-¿Te gusté?- Sonrió pero sin mostrar los dientes, como conociendo quizá los límites de sus palabras que lo alejaban de un golpe directo en la frente.

-Te vimos a vos y a Rodri recibir el cargamento. De los diez son los que más importan. ¿Quién les vendió?- Me apuré a proseguir. 

-¿Rodri?- Frunció levemente las cejas en señal de confusión, y volví a apretar los dientes por un instante. Me molestaba particularmente cuando la gente adoptaba el papel de desconocerse de las cosas para no hablar. 

-No seas imbécil. Rodrigo Moro. Vos sos Tyler Da Silva, tenés veinticuatro años y vivís en Once. ¿Quién les vendió?

Pensé durante esos segundos de silencio que no soltaría nada útil, que iba a tener que implementar más y más recursos para conseguir sacarle algo, aunque sea sin que él lo supiera.

Hasta que, sin mucha emoción el la voz, como quien no quiere la cosa, habló. 

-Le decimos Lucho. Capaz ni siquiera se llama así. No sabría decirte mucho más... ¿Cuál es tu nombre?

-Tyler, cualquier cosa que puedas decirme te va a ayudar más de lo que pensás. No me interesa llevarte a la comisaría. No soy un policía cualquiera, esto no es la provincial,  y vos no nos importas en lo más mínimo. ¿Hay algo que quieras aportar a la causa?

De nuevo un silencio húmedo. Quizás el poco espacio, quizás la ausencia de ventilación, quizás las palpitaciones de un joven que pensaba que estaba por ir preso calentaban más de lo pensado.

-¿Me dejas fumar? 

Rodé los ojos involuntariamente. Distracciones. Intentos inútiles y obvios de alargar la cosa más de lo necesario.Me molestaba porque era de manual, pero no me importaba realmente que quisiera fumar. Yo también fumaría si pudiese, pero aquel no era el lugar, y tampoco quería tener que ser yo su proveedor de cigarrillos.

TODO LO QUE HICE MALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora