CAPÍTULO DIECINUEVE (MAGA)

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La prostitución había sido despenalizada en Argentina, no así el proxenetismo -obviamente-. Ahora que era un oficio legal y podía regularizarse, las trabajadoras sexuales no tenían por qué temer al estado; y en lugar de apoyarse en un hijo de puta que sólo las usaba a cambio de "protección", podían apoyarse entre ellas gracias a su propia sindicalización.

Pero los problemas alrededor de la "profesión más vieja del mundo" por supuesto que seguían existiendo.

En un departamento de Palermo, en la zona norte de la Ciudad de Buenos Aires, un tipo de plata había "invitado" a vivir con él a ocho mujeres, entre ellas cinco menores de edad -prácticamente nenas-, les había obligado a las más chicas a realizarse implantes de silicona para compensar la falta de desarrollo hormonal, y a cambio de tener un techo y la promesa de "un futuro mejor" e "independencia financiera" las tenía trabajando varias noches a la semana satisfaciendo a amigos, compañeros de trabajo y a cualquiera a quien le debiera un favor. No era un trabajo porque no les estaba pagando, pero las chicas no tenían mejores oportunidades que esa y por eso se quedaron. Lo que no sabían era que, en realidad, podían dedicarse a la prostitución de manera independiente y segura -a excepción de las que no tenían edad suficiente-, que no necesitaban a ese hijo de re mil puta, y que en la capital estaba lleno de chicas como ellas sin un techo que recibían la contención del sindicato.

No era sorpresa que hubiese mujeres que no estaban enteradas de la nueva situación, y que hubiese tipos como Rodrigo Alonso que siguieran aprovechándose de ello. Y ahí es cuando nosotros intervenimos.

En nuestra subsecretaría teníamos contacto con el sindicato, con sus representantes legales y con todo tipo de organizaciones -incluyendo organizaciones que no se encontraban enteramente bajo el rigor de la ley, pero que no iban en contra de la salud ni el bienestar de ningún ser humano, y que a cambio de que los dejáramos tranquilos, nos daban información que ningún otro individuo podría proporcionarnos, y que ni siquiera la policía federal conseguía de manera normativa-, nuestro punto fuerte eran esos contactos.

Estaba llevando a las chicas mayores a la delegación más cercana. Las menores de edad eran un asunto más complicado, porque no era legal que siguieran ejerciendo la prostitución, así que había que llevarlas a un lugar de acogida sabiendo que no estarían contentas en lo absoluto. Pero no quedaba otra, si no tenían padres o tenían padres negligentes, tenían que estar bajo el cuidado de un adulto, tenían que ir a la escuela e intentar tener una vida normal lo mejor posible. Pero esa no era mi responsabilidad.

Romina, que iba en el asiento del copiloto, estaba en busca de alguna emisión radial de su agrado, mientras que las de atrás no paraban de preguntarme quién carajo era y qué estábamos haciendo exactamente.

-Vamos a una sede del SATS.

-Es el sindicato de las putas.- Le tradujo una de las chicas a su compañera-. Misma mierda diferente lugar.

-No es lo mismo. Porque en el SATS no las van a usar, no las van a manipular ni a explotar. Allá pueden ejercer de forma independiente, se quedan con lo que ganan y además van a estar seguras. El SATS no es "misma mierda diferente lugar", porque está hecho por ustedes y para ustedes.

-¿Y vos qué sabes?

-Trabajamos con ellos, es una organización legal y regularizada.

-Eso no lo vuelve mejor.

-Pero es mucho más seguro.-La vi mirarme a través del espejo retrovisor, escéptica.- Ya van a ver. Y si no les gusta, nadie las va a detener. No es una cárcel. No están siendo arrestadas.

-¿Y las chiquitas?- Me preguntó Romina.

-No sé, pero las están llevando a un hogar de menores seguramente.

TODO LO QUE HICE MALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora