CAPÍTULO VEINTISIETE (MAGA)

34 1 0
                                    

La voz ronca de un vendedor ambulante pasando por los pasillos del tren me arrancó de mis pensamientos ensimismados. Afuera el sol bajaba sobre un colchón de nubes rosadas, y los edificios y las casas asomaban por la ventana y volvían a desaparecer para dar lugar a unos nuevos. Me gustaba viajar en tren, siempre y cuando consiguiera un lugar junto a la ventana. Por eso a veces dejaba pasar al primero que salía de la terminal si ya estaba muy lleno. 

Volvía de un operativo en zona norte, uno bastante protocolar, con nada fuera de lo común -excepto, claro, por el delito en cuestión-. Bean se había ofrecido a llevarme pero yo me moría por tener un tiempo a solas para pensar. 

Para pensar en Tyler, para ser más exactos. Pero no en Tyler como concepto general; no en su cara, ni en su voz, ni en las palabras que usaba, ni en su pelo teñido de rubio con las raíces oscuras ya crecidas, ni en su color de piel, ni en cómo me hacía sentir, ni siquiera en nuestra amistad. Estaba pensando en Tyler porque quería, necesitaba, sacarlo de aquel agujero en el cual él mismo se había metido alguna vez, pero del que se notaba que quería salir. Se notaba fuerte y claro. 

Por supuesto que sus palabras no me lo indicaban de forma directa, pero Tyler no era ya esa persona que había elegido tener aquel oficio, y elegido estar con esa clase de personas. No era un ciudadano ilustre, claro está, pero tampoco tenía deseos de delinquir. 

Además, yo sabía que él me quería, y nuestra relación era incompatible con su oficio. Hasta el momento la habíamos piloteado bastante bien, pero yo sabía que todo eso iba a terminar pésimamente, y quedarme esperando a que pasara me hacía sentir como una idiota. Como quedarse quieto en las vías del tren esperando a ser arrollado.

Y miren, yo era exactamente el tipo de personas que, metafóricamente hablando, se quedan esperando a que el tren les pase por encima. Lo había hecho una y otra vez, y estoy segura de que lo seguiré haciendo una cuántas veces más. Pero no quería perder a Tyler. Era, literalmente, el único amigo que tenía, y de las pocas buenas personas a mi alrededor. Simplemente no podía permitirme perderlo.

Así que acá estaba yo, en la línea Mitre de camino a capital, estrujandome el cerebro buscando la mejor manera de acabar con todo esto, poniendo en práctica todos los recursos disponibles que mi profesión podría brindarme. 

Sabía que si el plan al cual llegaba era bueno, en la subsecretaría me dejarían llevarlo a cabo, y podía a su vez lograr hacerlo zafar a Tyler al final. Zafar de ambos problemas; los que ponían en riesgo su libertad, y los que ponían en riesgo su vida. Sólo tenía que ponerme en modo estratega, y no decirle nada, absolutamente nada, hasta que no fuera extremadamente necesario. De lo contrario él no accedería. No lo decía, pero yo sabía que en realidad estaba asustado.

En el fondo lo que Tyler tenía era, simple y llanamente, miedo.

Me llegó un mensaje a los pocos minutos.

"DEJÁ DE PENSAR EN ESO QUE ESTÁS PENSANDO"

Sonreí. Era un mensaje de Él. No tenía ni idea -obviamente- de lo que yo estaba pensando, y sin embargo era gracioso que me mandara un mensaje así exactamente en ese momento. 

Solía mandarme mensajes de ese estilo, como diciéndome que dejara de hacer tal cosa o que dejara de mirar para ese lado como si me estuviera viendo en realidad.

Sabía que ese tipo de mensaje me hacía sentir paranoica y por eso mismo lo hacía.

No le contesté, no podía pensar en nada ingenioso para decirle, y a la vez sentía como si estuviera haciendo algo malo de verdad y eso me hacía sentir perseguida. Así que guardé el teléfono y seguí pensando en una estrategia aplicable a la realidad para poder terminar, de una puta vez, con toda esta mierda.

La ejecución del operativo constaría de las siguientes etapas:

Yo iba a lograr rastrear tanto a Tyler como a su compañero Rodrigo. La razón de ello era que había conseguido acceder al teléfono celular de ambos -sólo yo sabía cómo lo había hecho, pero a los demás no les interesaría. Lo importante era tener algún número adicional además del de Tyler, para que la conexión entre él y yo no resultase tan evidente, tanto para los de mi equipo como los del suyo-.

Gracias a sus líneas telefónicas, alguien del departamento de inteligencia podría ir delimitando sus recorridos poco a poco, hasta dar con el establecimiento actual del negocio. El establecimiento parecía cambiar con regularidad cada aproximadamente tres semanas. Si surgía algún problema, como ya les había pasado, abandonaban el campo por un tiempo hasta restablecerse nuevamente. Sus movimientos parecían coordinados y predecibles, el único problema era cuando cambiaban de locación, porque parecían estar haciéndolo de una manera completamente aleatoria, sin seguir ningún tipo de patrón identificable. Y ahí era en donde tener sus números de teléfono nos servía.

Al final, lo que estaba haciendo era aprovecharme de mi relación con Tyler, pero no a modo de traición. No lo estaba usando. Al contrario, quería que esto saliera bien para él, porque se merecía la libertad y la oportunidad de tener una vida decente, sólo con los peligros cotidianos, sin tener miedo de caer preso o de ser lastimado -o de que lastimaran a alguien querido-, o correr el riesgo de lastimar a alguien más.

Así que sí, estaba haciendo lo que habíamos establecido como prohibido -implícitamente- desde un principio. Estaba arriesgando las cosas, pero tenía el innegable determinismo del que sabe que está haciendo lo correcto. No sólo estaba haciendo mi trabajo, sino que estaba ayudando a un amigo. Y ya estaba.

Después de establecer una ubicación regular tanto en Tyler como en Rodrigo, el procedimiento debiera ser rápido y eficaz, no podíamos arriesgar tiempo en lo absoluto, pues podrían cambiar de lugar en cualquier momento. 

Cubriríamos sólo algunas salidas del establecimiento, la idea no era arrestarlos a todos, sólo a unos cuántos. Entre ellos, Tyler. Sabía que si nos llevábamos a Tyler, no lo intentarían contactar -hasta ahora, si alguno de los pibes iba preso, esperaban varias semanas hasta reestablecer contacto, y era bastante común que de hecho no lo consiguieran. Los pibes cambiaban de teléfono, cambiaban de domicilio, y se retiraban del negocio de forma silenciosa-;  incluso si se enteraran de que no estaba efectivamente preso, no se arriesgarían a establecer un contacto con él. Sería demasiado peligroso por el simple hecho de haber sido llevado preso por la federal. Podrían pensar con facilidad que lo dejamos ir a cambio de que actuase como infiltrado, qué sé yo. 

Tampoco les preocuparía demasiado el hecho de que él los delatase. No tenía a nadie a quien mandar al frente, sólo conocía a peones como él, ningún rango superior, ninguna cabeza importante.

Si parecía que yo estaba simplificando el plan es porque, en teoría, era así de simple. 

Lo que casi siempre sucedía era que, en la práctica, siempre algo nos terminaba cagando. Tan sólo iba a intentar de que ese algo no fuese yo.

TODO LO QUE HICE MALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora