CAPÍTULO DOCE (TYLER)

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El residente nos dejó a solas después de haber cosido la herida. Maga me había agarrado la mano justo en el instante previo a que le quitasen la bala de la pierna, y sin que yo me hubiese recatado, la mordió con fuerza. El grito que se oyó entonces fue mío, y Maga pudo cobrarse algo de la cuota de dolor que le debía. La marca de sus dientes seguía viéndose en el costado de mi mano, mientras que las marcas de mis manos ya no se veían en su garganta.

Le habían administrado oxicodona -droga mucho más común en Argentina en estos últimos años a causa de nuevas leyes, convenios y nuevos laboratorios extranjeros-, así que en su rostro se veía una expresión de plácida indiferencia. Al menos ya no estaba adolorida, y supuse que -no muy en el fondo- agradecía las drogas de calidad gratuitas. Al parecer tenía una buena prepaga, así que los médicos aceptaron atenderla con oxi en cuanto confirmaron que los gastos se encontraban cubiertos. Muy conveniente -digo, considerando que Maga tiene consumos problemáticos y que la oxicodona es de las drogas recetadas más adictivas y letales-.

Después le recetaron un analgésico algo más suave para los dolores posteriores, de esta forma no se encontraría tan sedada como ahora y no desarrollaría tolerancia a la oxi.

-Tyler.

-¿Sí?

-Me prestas tu teléfono….

-¿Para?

-Quiero jugar a ese jueguito en donde el chico corre arriba de los trenes. ¿Lo conoces?

Sonreí sin mostrar los dientes. 

-Sí, pero no lo tengo en el teléfono.

-Entonces instalalo.

Suspiré con suavidad.

-Bueno, dame minuto.

Cuando le di el celular y la miré a los ojos, su mirada vidriosa y su expresión confusa me devolvieron al presente. Estaba en el hospital por mi culpa, una bala le había atravesado la carne y le dejaría una cicatriz para siempre, y esa bala había salido del arma que yo tenía. Que seguía teniendo, de hecho. Se me entrecortó la respiración mientras tomaba aire. El lugar olía a desinfectante y a sábanas limpias. Estábamos entre bastidores blancos, y se escuchaba el murmullo de los enfermeros y los pacientes siendo asesorados por los médicos de la sala de urgencias.

-Perdón por haberte disparado. En el fondo desearía que hubiese sido al revés. Al menos de esa forma hubiésemos estado a mano.

-No importa. Estoy drogada hasta el tope y no voy a tener que trabajar en los próximos días. Tenés que verle el lado positivo a la situación. No tiene sentido que te lamentes por lo que ya está hecho e, incluso, ya está en proceso de solución.

Asentí. 

-Gracias al cielo por la oxicodona. 

Maga no me prestó más atención, se entretuvo con mi teléfono hasta que nos dieron el alta hospitalaria y las indicaciones para el proceso recuperatorio. Le pedí que por favor me dejase llevarla a mi departamento por esa tarde, que quedaba mucho más cerca que su casa, y en donde al menos podría ayudarla a cuidarse la herida. Algo me decía que buscaría estar dopada la mayor parte del tiempo y que se olvidaría de desinfectarse la zona con regularidad. Magalí había demostrado en varias ocasiones que era un tanto negligente con su propia persona.

No tuvo ni la menor intención de discutir en cuanto le informé que tenía fentanilo líquido en casa, que era mucho mejor que los análgesicos que le habían recetado, e incluso mejor que lo que ya había tomado. No me sentí bien teniendo que convencerla con narcóticos, porque se notaba que tenía un problema con las sustancias en general, pero fue la excusa más rápida -y verídica- que me vino a la cabeza. Había supuesto que me costaría convencerla un poco más, pero Maga no hubiese podido discutir nada en aquellos momentos.

TODO LO QUE HICE MALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora