CAPÍTULO TREINTA (TYLER)

22 2 0
                                    

A veces recordaba lo que había sucedido y se me escapaba una pequeña risa. Una risa seca. Esa risa que uno tiene ante una desgracia catastróficamente ridícula, de dimensiones estúpidas. 

La risa del desgraciado, la había terminado por llamar.

Otras veces, cuando me ponía tal vez demasiado borracho, terminaba por provocarme un pequeño llanto, un llanto fugaz, al que no le permitía quedarse. No valía la pena. Porque, si empezaba a llorar, ¿cómo y por qué razón habría de parar?

Y mientras me veía rodeado de cajas abiertas y el departamento vacío, me sorprendí a mí mismo en uno de esos momentos. 

Me salvó un ruido de afuera, una bocina extremadamente fuerte, que me distrajo.

Hubo un pasado al cual se lo recuerda siempre de esa manera suave y pintoresca, como un bello sueño al cual ya no podemos regresar, sino tan sólo cerrando los ojos.

Recuerdo todas esas veces con Maga, en donde pensaba que, si el eterno retorno fuera algo real, no me molestaría repetir aquel momento para siempre. Y sí, ese es el pasado de ensueño con el que fantaseo cuando cierro los ojos. Recuerdo haberme sentido como en un sueño incluso en aquellos momentos pertenecientes al pasado. Y a veces me pregunto si efectivamente no era así. Nada podría asegurarme de que no lo haya sido. Maga ya no estaba, entonces sólo me quedaba fiarme de mi memoria. 

Faltaban cuarenta minutos para que viniera Rodri con un camión para poder llevarme todas mis cosas. Decidí tomarme unos últimos mates y fumarme un último porro. 

No me dolía para nada dejar este lugar, era genuinamente una basura. Pero la razón por la que lo hacía lograba teñirlo todo de gris.

El agua sabía rara, como a lavandina, y el mate estaba demasiado agrio, pero aquél líquido caliente bajando por mi garganta después de darle una seca al cigarro se sentía como el cielo. Me pasaba eso cuando fumaba el primer porro del día, por la mañana. El mundo se sentía como el cielo. 

Todo se calmaba. Adentro mío y a mi alrededor. El sol brillaba un poco más, el jazz sonaba más bello que nunca. Y las bocinas del centro, bueno, sonaban igual de infernales que siempre, pero me jodía un poco menos. Estaba demasiado distraído sintiéndome feliz. 

Me puse a pensar. Crecer es difícil. Y es algo que estamos haciendo todo el tiempo.

De repente pasas de estar seguro de todo, a perder por completo la noción de identidad. 

¿Quién soy?

¿Quién mierda soy?

Nada.

Nadie.

Y sin embargo acá estoy. Existiendo. 

Soy persona. 

Pero, ¿Qué clase de persona?

¿Soy una persona que vale la pena?

Maga solía cuestionar eso bastante seguido, y siento que me contagió aquella pregunta, de alguna manera.

Agarre mi cuaderno y me puse a escribir

“Te escribo por acá porque no se me ocurre otra manera de lidiar con todo esto. 

Y es que me quedaron tantas cosas por decirte.

Por ejemplo, me acuerdo de ese martes al mediodía, estaba soleado y fresco, y vos me ibas cebando mates a pesar de que ya estaba lavado, y yo me estaba haciendo pis. Pero no encontraba en dónde estacionar la camioneta que le había pedido prestada a Rodri para llevarte a pasear, y el agua del termo parecía no terminarse nunca. Estábamos escuchando un tema de Paul Mccartney en Wings, y era uno de esos momentos donde quería quedarme para siempre, en donde todo era increíblemente hermoso a excepción de mi vejiga a punto de reventar. Después vos señalaste un espacio disponible para dejar el coche, y nos quedamos hasta que la canción terminó.

Me acuerdo que en ese momento se me había cruzado un pensamiento por la cabeza. ¿Qué hubiera pasado si no nos hubiéramos conocido? ¿O si nos hubiéramos conocido, pero en otras circunstancias?

Había algo en la pregunta que me angustiaba, y por eso no la repetí en voz alta. No quería que hubiese una respuesta, de alguna forma ya no podía imaginarme tu ausencia. Te quería tanto. No te das una idea de lo mucho que te quería.

Se me ocurrió que el vacío hubiese sido mil veces más profundo que cualquier otro vacío. Incluso aquel con el que yo ya convivía.

Creo que me acuerdo de eso ahora mismo porque fue como una probadita imaginaria de aquel enorme vacío que ahora mismo estoy sintiendo. 

Y déjame decirte, es mucho más invasivo de lo que imaginaba.” 

"Había estado a punto de dormirme. Pero me vino el recuerdo de esa mañana donde estábamos comprando fruta para hacer unos tragos en la terraza de tu edificio. Hacía calor, no quería estar al sol. No realmente. Pero verte brillar bajo aquel cielo celeste de verano era suficiente para contrariar cualquier otro pensamiento que fuese propio. Vos también estabas de un humor molesto por la temperatura, pero se notaba también cierta luminosidad en tu cara, como que muy en el fondo todo eso te estaba haciendo bien. 

Compramos durazno, frutillas y uvas. Combinamos las dos primeras con licor barato, y nos embriagamos bajo el sol del mediodía, mojándonos con la manguera de la terraza sin ninguna preocupación aparente. 

Me acordé de todo eso y tuve que escribirlo. Porque fue uno de esos momentos. 

No sé cómo explicarte, quisiera poder decírtelo. Pero sé que lo mejor es que esto quede entre las letras, la hoja y yo. Involucrarte sería riesgoso. No quiero molestarte. Por eso te escribo pero no te escribo a la vez.

No sé, tal vez esta es mi nueva manera de comunicarme. Tal vez sea la única opción. Y es que tengo tanto para decirte, Maga. No te das ni la menor idea. 

Ni tampoco te das una idea del miedo que siento con tan solo pensar en hacerlo realmente. Eso provocas en mí, eso tan fuerte que no puedo ni decirlo. No puedo decirlo, Maga. Y mucho menos puedo decírtelo a vos. 

No lo entiendo, y no lo puedo trabajar. Sólo puedo escribirlo acá y esperar a que la tinta sobre la hoja simbolice la manera en que los pensamientos abandonan mi cabeza para descansar en esta carta."

TODO LO QUE HICE MALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora