CAPÍTULO OCHO (TYLER)

69 5 0
                                    

(Un mes después, más o menos.)

El cristal de las botellas hacía estruendosos choques dentro de la bolsa de basura que recién comenzaba a llenar -en su mayor parte, de los envases de vino y ron consumidos en los últimos días-. El sonido me resultaba por demás horroroso; un recuerdo de los abusos recurrentes y los errores de siempre. Además, el paracetamol no surtía efecto aún, así que el dolor de cabeza potenciaba cualquier cosa que me resultara ya desagradable.

El humo del cigarro -todavía entre mis labios y consumiéndose sin mi ayuda- me entraba por la nariz o me daba en los ojos; pero tenía ambas manos ocupadas con todo esto, intentando al menos solucionar el desastre físico del que venía siendo responsable por como tres semanas. 

Apenas veía por dónde caminaba. Me agarró el impulso casi visceral de comenzar a juntar mi mierda cuando todavía ni siquiera entraba la luz del día por mi ventana. Sentí que si no lo hacía en ese preciso momento, podría postergar toda esta porquería que me estaba pasando durante un tiempo indefinido e inútil. Continué agachándome por distintos rincones del monoambiente por donde había revoleado latas de cerveza o colillas de cigarro. Aproveché a apagar el que llevaba en la boca y lo tiré junto con la demás basura.

Para cuando terminé de juntar todo lo que había arrojado al piso o por encima de la mesa –o debajo de la cama-, mi espalda ardía del dolor, como si fuese un puto enfermo terminal -o un drogadicto- sin resistencia física. Fui al baño por primera vez en el día y, por fin, hice pis y me lavé las manos y la cara frotándome con fuerza. Suspiré. 

La repentina actividad y el agua fría en la cara me habían despabilado bastante, aun así me metí en la ducha y me di un baño con agua tibia –tampoco pensaba torturarme por placer- y no salí de ahí dentro hasta que sentí que el dolor de cabeza se había ido. Llené un vaso que estaba por ahí con agua del lavabo varias veces para hidratarme todo lo posible. Lo iba a necesitar.

Tenía que sacarme de encima todo el residuo de sustancias en mi cuerpo, y tenía que hacerlo ya. Sino, comenzaría a extrañarlas y volvería al ciclo. Como me sucedió varias veces durante este último mes de verano.

Era marzo y empezaba cada vez a amanecer más tarde. Mi horario de sueño, para colmo, me hacía caer en la cama -agotado y mayormente borracho- en algún momento de la tarde y terminaba por despertarme en la madrugada, antes de la salida del sol. 

Hasta el momento, mi mente lograba convencerse de que, si el sol aún no había salido, no era demasiado tarde para retomar esa botella a medio terminar que había dejado apoyada al costado de la cama, o para tomar un par de líneas de baja calidad pero que por lo menos no era de la mierda que vendíamos nosotros –algo aun me quedaba de autoconservación-. 

Entonces, sin ser para nada consciente de ello, dejaba que otro día se arruinase sólo porque “me estaba dando unas vacaciones mentales”. 

Hasta el momento había logrado pilotearla bastante bien en los trabajos que teníamos que hacer. Disimuladamente dejaba que siempre manejara Rodri –aunque yo era el que más disfrutaba de hacerlo, no me terminaba de tener la suficiente confianza. Estaba constantemente paranoico respecto a cagar las cosas yo mismo, a sabotear lo que sea que estuviese haciendo- y no me ofrecí voluntariamente a hacer ninguna cosa que pudiese evitar hacer. A pesar de que eso siempre implicaba poder facturar un poco más, no quería saber nada con los pibes, ni con el jefe ni nada. Ni siquiera con Rodri.

Así es como me las había estado arreglando para seguir saliéndome con la mía e ignorar casi por completo mi efectiva e inevitable existencia en el mundo real, sin saber cuándo querría –o mejor dicho podría- terminar con todo eso.

Prendí la radio en lugar de la tele –porque me había olvidado de pagar el cable y ya me lo habían cortado- mientras preparaba unos mates. Después de una corta tanda de publicidad, ahí estaba la noticia, de nuevo fresca por nuevos hechos alrededor del caso.

TODO LO QUE HICE MALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora