𝐒𝐞𝐠𝐮𝐧𝐝𝐨

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La plaza jardín de Ebisu era uno de mis lugares favoritos cuando era niña.

Sobre todo, en invierno, cuando colocaban ese enorme pino decorado en la explanada y las ramas de los otros árboles eran cubiertas por series de luces doradas. Ahora tengo mucho tiempo sin ir a ese lugar, sin embargo, lo conozco tan bien que podría moverme por él con los ojos cerrados.

Llegamos después de casi veinte minutos de camino. Podía notar la ansiedad de Nao en su forma de caminar y en la fuerza con la que sujetaba mi mano, incluso un par de veces tuve que pedirle que fuera más lento porque no lograba seguirle el paso y me iba a terminar arrastrando por medio Shibuya. Apenas me miró cuando se disculpó y aminoró la marcha, era obvio que su mente no estaba ahí conmigo, sino allá en la plaza, formulando ya un millón de preguntas.

Entramos por el camino principal, ese que tenía el famoso domo de cristal y era flaqueado por dos hileras de árboles que te conducían hasta la explanada. Todas las luces estaban encendidas, pero no había ninguna señal de vida a pesar de que los locales estaban abiertos y listos para ser atendidos.

El eco de nuestros pasos retumbó por el espacio muerto y un escalofrío me recorrió de los pies a la cabeza.

—¿Estás bien? —preguntó deteniéndose por fin.

—Creo que estoy soñando —solté sin pensar—, porque no hay forma de que esto sea real, ¿cierto? Seguramente es una pesadilla... sí, una pesadilla de la que me despertarás en cualquier momento.

Nao me miró con pena; no sabía cómo era que él estaba afrontando los hechos, pero era seguro que no de la misma forma que yo.

—Vamos, amor.

Tiró de mi mano para avanzar, mas no me moví.

Había echado la cabeza hacia atrás en busca de valor para seguir cuando vi mi reflejo en el domo de cristal y algo más llamó mi atención.

—¿Qué es eso? —apunté con la mano a las líneas rojas que cruzaban de lado a lado el domo.

—¿Qué? ¿El techo? —mi pareja se colocó en la misma posición que yo.

—No, debajo de él.

Las líneas eran tan finas que dependían de la posición de la luz para ser visibles.

—Tara, no veo nada. Mejor sigamos.

—Pero están ahí, ¡mira! —insistí y estuve a punto de dar un paso hacia atrás cuando una voz masculina me detuvo.

—Será mejor que le hagas caso y avancen, están a la mitad de la entrada.

Bajé la cabeza y me topé con la mirada indiferente de un hombre algo mayor que nosotros; usaba anteojos y vestía formal.

—¿Entrada? ¿De qué...? —ignorando lo que Naoto tuviera para decir, halé de su brazo hacia adelante y en seguida me giré hacia la pared de líneas que ahora eran por completo visibles.

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