𝐒𝐞𝐱𝐭𝐨

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Aunque dejaron de seguirme en cuanto crucé los láseres en las escaleras, no paré de correr hasta que subí cada maldito escalón y llegué a la entrada del edificio

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Aunque dejaron de seguirme en cuanto crucé los láseres en las escaleras, no paré de correr hasta que subí cada maldito escalón y llegué a la entrada del edificio. "Apartamentos Toei Sendagaya" se leía en la cima de esta y sentí algo parecido a la satisfacción porque lo había logrado.

Pero, ¿a qué costo?

El dolor en la herida se tornó de pronto tan insoportable que no pude seguir avanzando y acabé con los codos apoyados en los muslos. Temblaba sin control de los pies a la cabeza y cada que inhalaba parecía que mis pulmones se apretaban para impedir que les entrara el oxígeno. La cabeza me punzaba y también estaba segura de que aquello que veía en el suelo eran gotas de mi sangre.

Por unos segundos me perdí en las sensaciones de mi cuerpo y me sentí tan abrumada que olvidé en donde estaba.

Alguien carraspeó a mi lado y sólo porque moverme me costaba el mundo entero, no pegué un brinco del susto.

—Señorita, ¿se encuentra bien?

Un chico de gorra azul y camisa a cuadros me contemplaba desde arriba con una mueca de preocupación.

—De puta maravilla —atiné a decir entre roncas exhalaciones y, sin saber el porqué, le mostré los dientes en una sonrisa que fue de todo menos tranquilizante.

El chico parpadeó confundido y retrocedió hasta que su espalda chocó con el muro de los buzones.

—Tranquilo, no voy a morderte —se me escapó una risilla histérica—. Lo que menos necesito ahora es una enfermedad por comer carne en mal estado.

Por el rabillo del ojo percibí algo de movimiento y me di cuenta de que el lugar estaba lleno de personas. Todas sostenían sus teléfonos y me miraban como si fuera una prófuga del manicomio. Bueno, casi todas, porque había un par de tipos que parecían perdidos en sus propios asuntos, uno de ellos incluso tenía los ojos cerrados.

Con ambas manos haciendo presión sobre la herida, me enderecé lo mejor que pude. Reprimí los quejidos que me arrancó el dolor y seguí hasta que quedé frente a una pequeña mesa circular con varios teléfonos y el letrero de "1 por persona". No supe si sentirme aliviada por el hecho de que esta vez no hubiera más mesas con armas o los malditos collares.

Tal vez no todos los juegos son iguales, pensé.

Cogí el celular.

Por segunda ocasión vi que aparecía ese mensaje del reconocimiento facial seguido por el de "Por favor, espere a que el juego comience. Faltan dos minutos para que cierre el registro".

Mentiría si dijera que en ese momento no quise darme la vuelta y arrojarme por las escaleras. Había llegado hasta ahí huyendo de una muerte repugnante para entregarme a otra que probablemente era la burla y crueldad en sí misma.

Flashbacks de la noche anterior me despegaron de la realidad y otra vez me sentí ajena a mi cuerpo.

—Escúchame. Eres astuta y muy inteligente, si alguien puede salir de esto, eres tú... Yo iré a buscarte... Te amo tanto, Tara.

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