𝐒𝐞𝐩𝐭𝐢𝐦𝐨

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Una mirada bastante

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Una mirada bastante... ¿qué?

—¿Es un cumplido?

—¿Quieres que lo sea?

Avancé hasta la puerta más cercana y cuando no pude abrirla, apoyé la espalda en ella y me dejé ir con cuidado hasta el suelo.

—La verdad es que no. Mejores cosas me han dicho.

—Y en mejores condiciones, supongo.

Solté una risilla.

—Es culpa del clima, tanta humedad me esponja el cabello.

—Sí, puedo ver que el verano se ha ensañado contigo —se giró hacia mí y con un movimiento de cabeza señaló la creciente mancha de sangre en mi ropa—. Por cierto, no quites la mano, la presión hace que la tela ensangrentada sirva de costra artificial y detenga levemente la hemorragia.

Seguí sus palabras y tuve que apretar los dientes para no gritar de dolor.

—¿Hace cuánto te hicieron eso? —lo escuché preguntar.

—N-no es de tu... incumbencia —articulé entre la marea de ardores y punzadas.

—Ya veo, cuando decidas curarte, hazte un favor y no utilices algodón, se puede pegar en la herida y provocarte una infección —guardó las manos en los bolsillos de su chaqueta—. Tampoco la limpies con alcohol ni peróxido de hidrógeno o va a irritarse.

—¿Acaso eres médico?

Sus labios se extendieron en una sonrisa de lo más encantadora y algo se removió en mi pecho.

—¿Te parece que lo soy?

No, pensé.

—Sí —respondí.

Sus ojos se entrecerraron con sutileza, reflejando una profunda seriedad que contrastó de golpe con la dulzura de su boca que se extendía en ese radiante gesto.

—¿Segura? —su voz era suave, pero no por eso sonaba débil o plana.

—Es mi primera impresión —mentí.

—Así que eres de las que compran el libro por la portada.

—Si la portada es bonita...

Su sonrisa se desvaneció, pero la determinación se mantuvo en sus iris oscuros hasta que no pude soportarla más y terminé apartando la vista.

—¿Y es efectivo?

—¿Uh?

—Tu filtro de las primeras impresiones, ¿en serio te resulta efectivo?

Tardé varios segundos en distinguir si la pregunta iba en serio o era sarcasmo.

—La mayoría de las veces —estudié su expresión en busca del más mínimo rastro de mofa y al no hallar nada más que pura expectación, como si de verdad le interesara mi respuesta, seguí con un poco de más confianza—. Al guardar silencio cambia la intensidad con la que percibimos nuestro entorno hasta que, con el paso del tiempo, ya no tienes que esforzarte para ver los matices de cada persona.

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