𝐃𝐞𝐜𝐢𝐦𝐨𝐬𝐞𝐱𝐭𝐨

19 4 9
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Cobarde.

Escapé de la habitación, incapaz de soportar un segundo más junto al que yo juraba que era el amor de mi vida cuando apenas tenía quince años.

Mi momento más humilde, desde luego.

Cerré la puerta y me apoyé contra ella. Me faltaba el aire y sentía que el corazón se me iba a salir del pecho, sin embargo, lo peor de todo era el calor que se había acumulado en mis mejillas.

Estaba avergonzada...

Pero no avergonzada por mí, sino por lo que él había provocado en mí con una simple mirada y una frase tenebrosa.

—Carajo, no me puede estar pasando esto. No con él. No otra vez —murmuré para mí misma mientras recorría el pasillo que llevaba hasta el vestíbulo.

La música y las voces llenaban el lugar de vida, lo cual resultaba increíblemente significativo si se tomaba en cuenta el hecho de que toda esta gente acababa de sobrevivir a la muerte. Yo incluida.

Entonces, ¿por qué se siente tan incorrecto unirme a ellos en su festejo? ¿Por qué siento culpa ahora que pienso en tomar una botella de la barra y bebérmela de un trago?

Miré mis manos, cubiertas por una capa carmesí seca.

Yo también tenía un pecado que expiar.

Salí hasta el área de la alberca y me sorprendió la cantidad de personas que había en el lugar, todas bailando, drogándose o follando a la vista de medio mundo. Esquivé los cuerpos calientes y me alejé hasta el otro extremo de la piscina donde el alboroto era menor.

Tenía ganas de vomitar.

Me dejé caer sobre una tumbona y busqué regular mi respiración. Todo me daba vueltas y creí que iba a desmayarme, cuando una mano se cernió sobre mi hombro.

—¿Está bien, señorita?

Esa voz...

Me di la vuelta y proferí un sollozo al reconocer la gorra azul sobre su cabeza.

—Estás vivo —el alivio que me embargó en ese momento fue tan grande que no pude contener las lágrimas.

—La sangre... ¿es suya? —el chico señaló mis manos manchadas y negué con la cabeza.

—No toda, creo —aún estaba demasiado aturdida—. Mierda, tenía miedo de no poder encontrarte.

El chico se sentó a mi lado.

—Chishiya me dijo que por nuestra seguridad debía mantenerme alejado de usted. Ese tipo, el tal Niragi, es un monstruo, le voló la cabeza al mecánico anterior porque estropeó la bomba de gasolina de su auto.

Tragué saliva con dificultad.

—¿No te ha hecho daño?

—No, por fortuna aún no he tenido que reparar nada suyo, aunque Aguni, el jefe de los militares, no es mejor que él. Ayer se armó un alboroto aquí en la piscina porque quiso llevarse a una chica y el amigo de ella intervino; le ordenó a Niragi que le rompiera las piernas al chico, pero el Sombrerero apareció a tiempo y evitó que les hicieran daño.

฿ØⱤĐɆⱤⱠ₳₦ĐDonde viven las historias. Descúbrelo ahora