Capítulo 7: Manzanas, por favor

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Iris

Lo primero que hice al levantarme fue mirar los mensajes que tenía. Estuve un buen rato contestando algunos y leyendo el correo porque los profesores ya se dejaban ver por ahí. Después de un buen rato dejé el móvil en la mesita de noche.

Me vestí, me peiné y me eché un litro de perfume. Cogí las llaves de casa y el monedero.

Salí de mi bloque para ir a la frutería a comprar. La calle estaba más vacía de lo habitual, lo achaqué a que el bar de abajo estaba cerrado y menos mal porque después de lo de ayer prefería que fuese así.

Caminé por la acera hasta que llegué a la frutería.

Entre y me fijé que había un chico en el mostrador.

—¡Buenos días, señorita! ¿Qué le pongo? —me saludó.

—Manzanas, por favor —sonreí.

Era mi fruta preferida así que solía comprar bolsas enormes.

—Muy bien —dijo mientras pesaba la bolsa—. ¿Algo más? —hizo un nudo.

Negué con la cabeza y pagué. Sí, solo había bajado a por manzanas. Cuando hicimos la compra pensé que mi hermana las había cogido pero resultó ser que no, así que como todos los días me comía una, era sagrado tener en casa.

Salí del establecimiento abrazada a mi bolsita de manzanas y caminé.

Las clases eran por la tarde así que tenía parte de la mañana libre para hacer lo que quisiese.

Fui hasta mi bloque y saqué las llaves del bolsillo. Las metí en la cerradura e intenté abrir. Estupendo, no podía. La casera ya nos había advertido de que la puerta era antigua y tenía truco. Observé al frente y vi a un chico esperando al ascensor mientras miraba en mi dirección, aunque realmente no pude ver mucho más. Me coloqué la bolsa entre las piernas y después de varios intentos por fin pude abrirla.

Corrí al ascensor para que no se fuese pero llegué tarde porque las puertas ya estaban selladas. Mierda, era de los antiguos y tardaba una eternidad en bajar.

Apreté el botón y esperé unos minutos hasta que llegó. Me subí y me hizo gracia que el cubículo seguía oliendo a mi perfume, era uno de mis favoritos.

Abrí la puerta de mi piso y vi a Ro con Risqueto en el hombro.

—Buenos días, Ro.

—¿Eh...? —se giró hacia mí—. Ah, hola Iris.

Entré a la cocina y ella se asomó al patio de vecinos.

—¿La lavadora que está tendida es tuya?

—Mmm no, ¿por?

—Porque huele que flipas a frito y verás que divertido a ser llevar la ropa oliendo a croqueta.

—Creo que es de Teresa y si la ha tendido, imagino que es porque le da igual —me encogí de hombros.

—¿Qué pasa conmigo, lengaja? —dijo la susodicha con la voz adormilada.

—¿Lengaja? ¿Qué es eso? —Ro nos miró extrañada.

Teresa esbozó una sonrisa pícara mientras yo negaba con la cabeza.

—¡Que al lado del culo tienes una raja! —se rio.

Ro la miró extrañada y apretó los labios en una dura línea.

—Y por lo que veo —me miró—. No es la primera vez que lo dices.

—No, no es la primera —hice una pausa—. Ahora me dice que soy eso y cada vez que le preguntas te suelta lo mismo una y otra vez.

—Es que me hace gracia, aburridas —Teresa apretó las cejas.

A través del arco IrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora