Capítulo 23: Al final pasó algo bueno

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Iris

Jota me miraba con media sonrisa dibujada en su rostro mientras yo simplemente clavaba mis ojos en el suelo nerviosa. ¿Acababa de decirle eso? Joder, acababa de decirle que se quedara, me había salido solo. Ni siquiera lo había pensado, solo quise hacerlo. De repente, se acercó a mí, se acercó tanto que era capaz de sentirlo. Noté su respiración agolpada en la garganta, levanté mis ojos hacia él para verlo mejor y tragué saliva en cuanto estiró su mano para rozarme la mejilla con sus dedos haciéndome sentir un relámpago de emociones y cosquilleos.

Y justo en ese momento, justo cuando todo estaba en silencio y tan solo escuchaba mi corazón golpeando en mis tímpanos, su móvil vibró haciendo que volviésemos a la realidad. Nos apartamos el uno del otro y miró su teléfono con cara de fastidio.

—Es mi padre —salió por la puerta

Asentí y me puse las palmas de las manos en mis mejillas para que el frío acabase con el ardor que desprendían.

Me quedé esperando a que volviese a entrar pero viendo que tardaba un poco más de la cuenta, aproveché para sentarme y seguir con el trabajo. Miré una y otra vez la puerta en un intento de hacer que volviese a entrar de nuevo, pero no hubo suerte ninguna.

Conseguí concentrarme en mi tarea cuando de repente, atravesó la puerta haciendo que apartase mis ojos demasiado rápido del ordenador para clavarlos en él.

—Tengo que irme, lo siento —sonó casi decepcionado.

—No te preocupes —sonreí quitándole importancia.

—Nos vemos una tarde de estas, ¿no?

—Sí, claro. Te aviso un día.

—Bueno, me voy.

—Vale. Te acompaño a la puerta.

Salimos del dormitorio y pasamos por el salón. Genial, no había nadie a la vista. Abrí la puerta principal y él salió.

Y solo podía pensar en, ¿cómo se supone que tenemos que despedirnos? ¿Con un abrazo?

—Adiós, Iris —dijo mientras me miraba fijamente.

—Adiós, Jota —me quedé quieta como una estatua.

Lánzate, lánzate.

Dale un abrazo, sois amigos, ¿no?

Nos quedamos paralizados un instante como si ninguno de los dos supiese cómo despedirse y entonces, se fue hacia el ascensor. Movió la cabeza para decirme adiós en cuanto las puertas se abrieron y yo me quedé mirándolo hasta que desapareció.

—Mierda —cerré y apoyé mi cabeza en la puerta.

—¿Por qué? —preguntó Ro detrás de mí.

Di un respingo asustada en cuanto la escuché.

—Joder, Ro. Deja de aparecer y desaparecer —bufé.

—Has dicho mierda. ¿Quieres que te lave la boca con un estropajo?

La miré mal y eché a andar hacia mi dormitorio, pero ella empezó a perseguirme.

—Mierda, ¿por qué?

—Ro, tengo cosas que hacer.

—Dímelo o le digo a Risqueto que te muerda.

—Ya no me da miedo tu lagarto.

—Iris, estás jugando con fuego.

—Pues me da igual quemarme.

Ro empezó a aplaudir.

A través del arco IrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora