Capítulo 35: Eres mucho más

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Iris

Abrí la puerta de mi piso y entré arrastrando la maleta para encerrarme en mi dormitorio. No quería saber de nada ni de nadie, no estaba bien y era muy consciente de ello. El puente había resultado ser horrible, lo único bueno es que quedé con Marci y le hablé de Jaime; estaba ilusionada con él, me gustaba pero... después de lo de anoche... no sé cómo se tomó lo que hice.

Eran las doce y media del mediodía. Dejé la maleta en la cama y me puse a ordenar la ropa y el cuarto porque cuando me fui lo dejé todo hecho un desastre. Hoy tenía clase pero no iba a ir, no estaba de humor, no después de lo que he vivido esos días. No sabía que iba a ser tan difícil.

Terminé y salí de mi habitación para ir al baño.

Comencé a quitarme la ropa y cuando estuve desnuda, me planté enfrente del espejo, mis lágrimas brotaron como cuando descorchas una botella de champán. Miré detenidamente cada parte de mi cuerpo: mi pelo, mis ojos, mis labios, mis clavículas, mi torso y finalmente mi abdomen.

Volví a levantar la vista hasta mi cuello y me llevé dos dedos al collar que llevaba. El de bolitas, el que me regaló Raquel. Lo acaricié suavemente y después lo agarré en un puño para arrancarlo con rabia haciendo que varias bolitas saliesen por los aires, lo tiré al suelo y me deslicé hasta la ducha.

Después de casi una hora, salí de debajo del agua para enrollarme en una toalla, abrazarme a mí misma y dejar el baño para ir a mi habitación. Agarré el móvil y miré la hora. La una y media.

Me vestí con la ropa más cómoda que pude encontrar, unos pantalones de chándal grises y una camiseta del grupo La Raíz. Me senté en la silla del escritorio, subí mis piernas hasta poder abrazar mis rodillas y me puse a ver una serie en el ordenador. Cómo Conocí A Vuestra Madre. Necesitaba distraerme y no podía dejar de pensar en lo que pasó anoche, me avergonzaba que Jaime me hubiese visto tan vulnerable. Seguro que pensó cosas horribles de mí... Bueno, quizás solo las mismas que yo pensaba de mí... me llevé las manos a la cara y me cubrí el rostro cuando las lágrimas amenazaron con salir.

De repente, el timbre sonó eliminando de un plumazo todas y cada una de las emociones que tenía repartidas por el cuerpo. No escuché signos de que alguien fuese a abrir, y sabía que Teresa tenía una charla de periodismo nada más dejarme en casa y de Ro no tenía noticias, así que pausé el vídeo y salí de mi dormitorio hasta la puerta principal.

Agarré el pomo con fuerza y abrí.

Allí estaba, con sus ojos del color más intenso que jamás haya visto, el pelo revuelto, una sonrisa que podría perfectamente arrebatarme el alma y las manos en los bolsillos. Lo miré de arriba abajo, perpleja y me fijé en que había traído dos bolsas con comida.

—¿Jaime? ¿Qué haces aquí? —Un cosquilleo se apiñó en mi estómago para hacerme recordar todo lo que sentía incluso cuando ni siquiera lo rozaba, me sujeté a la puerta e intenté calmar los nervios para que no se notaran demasiado.

—Novata —ensanchó aún más sus comisuras en cuanto me vio—. ¿Puedo pasar? —enarcó una ceja.

Lo miré confusa durante lo que me pareció una eternidad antes de asentir empujando la puerta para dejarlo entrar.

—He traído comida —escuché mientras caminaba hacia la cocina para dejar las bolsas.

—Eh... gracias. No tengo mucha hambre —musité yendo para el salón.

—Pero tienes que comer, luego en clase no podrás.

—No voy a ir a clase —me apoyé en la mesa.

—¿Qué y eso? —salió de la cocina con el ceño ligeramente fruncido.

A través del arco IrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora