Capítulo 28: Sabes que mancha, ¿no?

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Jota

Estaba nervioso, demasiado. Después de la prueba de sonido conduje hasta el piso de Iris y tenía tantas ganas de verla que las manos me sudaban.

Habíamos quedado para ir al pub del padre de Valeria, así que me ofrecí a recogerla. La prueba de sonido no fue demasiado bien y es por eso que no nos daba tiempo a cenar, así que le escribí para que comiera algo en su casa y para decirle que después la recogería para ir juntos. En parte, estaba molesto porque de haber ido bien la prueba, habríamos podido pasar un rato a solas.

Me planté en la puerta de su bloque en cuanto terminamos y estuve ahí unos minutos esperando hasta que me decidí a tocar al porterillo.

Esperé unos segundos y me abrió. Mi corazón bombeaba sangre, latía tan fuerte que podía escuchar mis propios latidos, me subí al ascensor y pulsé el número cinco. Me temblaban las piernas y tenía un revoloteo en el estómago que me cortaba la respiración.

Esto no podía ser normal. No lo que me recorría de arriba abajo.

El ascensor se abrió y tragué una bocanada de aire antes de plantarme delante de su piso, la puerta estaba entornada así que solo tuve que empujarla.

—¿Iris? —pregunté en voz alta.

—¡Jota! Pasa, estoy terminando de arreglarme —escuché a lo lejos.

—Pero, ¿dónde estás?

—En mi cuarto. ¡Ven!

No dudé, crucé el salón y llegué hasta el pasillo. Imaginé que estaba sola porque no vi a ninguna de sus compañeras.

Me acerqué a la puerta de su dormitorio y toqué a pesar de que estaba entreabierta.

—¿Se puede? —pregunté mientras agarraba el pomo.

—Claro.

Entré y la vi.

Mis ojos se deslizaron por su figura de una manera hipnótica.

Llevaba unos pantalones negros y un top granate que se sujetaba del cuello. Estaba de perfil mirándose en un espejo pequeño mientras se pintaba los labios de rojo. Llevaba el pelo recogido en una coleta alta y el flequillo demasiado bien puesto. Y yo solo podía mirarla como un idiota.

—Hola, novata —sonreí.

Se giró, me miró y sonrió.

Podría quedarme horas observándola.

—Tramposo.

—¿Así me saludas, Iris?

—Es mi forma cariñosa de llamarte.

—¿Tienes una forma cariñosa para llamarme?

—Pues, claro. Tramposo, lo que eres.

—No soy un tramposo —me senté en su cama.

—Entonces, yo no soy una novata.

—Eso habrá que verlo.

—Yo dejaré de ser una novata cuando aprenda a tocar el bajo, pero tú... —hizo una pausa para mirarme— seguirás siendo un tramposo.

—Dejaré de ser un tramposo cuando tú dejes de caer en mis trampas.

Abrió los ojos de par en par y yo le lancé una sonrisa de angelito.

Carraspeó la garganta en un intento de encontrar su voz y volvió a mirarse en el espejo.

—Me queda poco —me dijo mientras terminaba de pintarse los labios.

A través del arco IrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora