♕2- A veces, para aprender a defenderse, las personas tienen que sufrir.
La cantidad de clientes me había imposibilitado charlar con mis compañeras de trabajo, así que oculté el sobre debajo del mostrador y continué con mi trabajo.
Gracias a nuestras desdichas, nos llevábamos bien, éramos una gran familia, algunas con la mente más retorcida que las otras, pero seguíamos siendo como una familia.
Solíamos torturar, haciendo uso de objetos que no se me permitirían mencionar en la vía pública, pero no asesinábamos a nuestras víctimas, solo le hacíamos ciertos daños para que lo pensaran dos veces antes de ser unos inmorales.
Si era necesario, debíamos eliminar a cualquiera, y no había sido necesario. No de mi parte, aunque no puedo decir lo mismo de las demás chicas.
No todas decían lo que hacían, pero a otras les encantaba contar todos los detalles de sus misiones.
Me hubiera encantado desconocer muchas de las torturas que utilizaron, pero, lamentablemente, me contaron varias historias, y, como tengo una memoria que se imagina todo lo que dicen, sigo sintiendo que estuve presente en cada acto despiadado.
Todas tenemos un tatuaje que definía qué pieza éramos, aunque no definía nuestras capacidades. Nos pidieron que escogiéramos una pieza, y eso hicimos. Algunas lograban identificarse con sus piezas, otras no lo hacían.
El primer tatuaje era un peón, pero cuando se demostraba que se tenía la capacidad de ser parte de las otras piezas importantes (sin contar la dama, ya que esa era la pieza prohibida al igual que el rey), la persona era llevada a La última fila del tablero, así se llamaba el lugar en el que tatuaban. Dicho lugar se encontraba en el mismo establecimiento, pero solo las que avanzaban podían entrar.
Estuve pensando en escoger el alfil, pero escogí el caballo, porque nadie puede imitar sus movimientos y nadie le puede impedir el paso.
—¿Y? —la voz de Lysa me hizo regresar a la realidad.
—¿De qué?
—¿Saldrás al campo?
Sonreí.
—Sí.
—Guao, hace...
—Años que no salgo —concluí—. Lo sé.
—¿Quién es el afortunado? —preguntó Lya.
—Tranquila, les contaré todo. Atendamos a todos los clientes y luego hablamos.
Las gemelas asintieron y continuaron con sus asuntos.
En el centro que ingresé, no solo aprendí a hornear, sino que aprendí a conocer algunos gestos que revelan secretos que el ser humano intenta ocultar con palabras falsas.
Me quedé observando a la chica de cabello negro con mechones verdes, y sentí unas fuertes ganas de ir hacia ellos e interrumpir sus planes, pero no podía entrometerme en todos los problemas que observaba. Además, sabía que algún día la otra chica sabría con quiénes contaba y con quiénes no.
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El plan de Sage
RomanceEs cierto que las palabras no provocan daño físico, pero penetran hasta los más profundo de tu mente, y se adentran en tu corazón. Una vez cada palabra de aversión se acumula en ese órgano tan esencial, la dureza y la oscuridad se apoderan de él, ha...