♕26- Salva a un rottweiler.
Pensé que Keller me dejaría tranquila después de haberle dicho que saliera de mi habitación, pero, aunque no volvió a entrar, me dijo que, si tenía alguna duda, era el momento de aclararla. No, no le dije que tenía dudas, solo le dije que se fuera, que necesitaba estar sola. Y así lo hizo.
Y en la mañana, regresaron mis lados contradictorios. Era nuestra rutina el salir a caminar en la madrugada, era nuestra rutina que él tocara la puerta de mi dormitorio y me avisara que era hora de correr. Incluso solía tocar la puerta de mi habitación para decirme que el desayuno estaba listo o, cuando mis padres seguían dormidos, que nos tocaba prepararlo a nosotros. Y claro que estaba despierta en la madrugada, esperando un toque que nunca llegó, una voz que no se escuchó.
Me arrepentí de no haber aceptado sus palabras, pero también me felicité por ser más fuerte que antes.
Mi plan siempre se trató de convertirme en lo que ahora soy, para luego presentarme ante Keller y ser yo quien se burlara de él.
Mi plan luego fue llegar a la empresa, decirle algunas palabras en código para que supiera quién era, llenar su mente de confusión y arruinarlo.
Pero el plan principal era que me viera, que supiera que cambié, que no podría volver a burlarse de mi cuerpo, de mi actitud de chica enamorada, que no podría volver a burlarse de mí.
Pero seguía enamorada. Sin embargo, no podía creer que él también me haya amado desde antes. Y si eso era cierto, significaba que sus burlas hacia mi cuerpo eran solo bromas. Bromas horrendas.
Por si fuera poco, mi memoria decidió reproducir los recuerdos de ese día. Recordé que estaba vestido de negro, que sus ojos estaban hinchados, recordé que sentí un gran dolor en mi corazón al verlo.
—¿Estás bien? —le pregunté. Y él negó con la cabeza—. Estarás bien —aseguré y le entregué mi pequeña paleta roja. Él me dedicó una diminuta sonrisa y aceptó la paleta.
Y recordé que, cuando mis padres fueron a buscarme, corrí hacia Keller y lo abracé. Lo abracé con todas mis fuerzas.
Rayos.
Encendí mi portátil, suspiré e introduje la memoria. Esperé unos segundos. La moví. La retiré. La volví a introducir, pero la memoria no funcionó.
Sentí cómo mi corazón se estremeció y cómo una oleada de lágrimas quería abandonar mis ojos.
Saqué la memoria y repetí el proceso unas cinco veces, pero obtuve el mismo resultado: Nada.
Una lágrima recorrió mi mejilla, la aparté y sacudí mi cabeza. Sostuve la memoria en mis manos y la soplé, no sé cuántas veces, pero la soplé y la volví a introducir.
—Vamos. Vamos —susurré.
Nada. Seguía sin funcionar.
Estuve repitiendo el proceso durante varios minutos, pero no funcionaba. Estaba dañada.
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El plan de Sage
RomantizmEs cierto que las palabras no provocan daño físico, pero penetran hasta los más profundo de tu mente, y se adentran en tu corazón. Una vez cada palabra de aversión se acumula en ese órgano tan esencial, la dureza y la oscuridad se apoderan de él, ha...