♕10- Mi meta es ser su mano derecha, aunque tenga que quebrarle la izquierda.
Había pasado una semana desde que empecé a trabajar con él, una semana de humillaciones, de gritos, de disconformidad, de furia..., pero la aproveché para analizarlo, conocer sus gustos, su forma de comportarse, de moverse, de hablar, de gesticular. No obtuve mucho, pero era suficiente por el momento.
No necesitaba caerle bien, solo necesitaba que no me despidiera.
Me había repetido una y mil veces que debía ser Sasha, la chica que decía tonterías, que admiraba al jefe y que le decía cumplidos de vez en cuando, y todavía no me acostumbraba a esa idea.
A veces actuaba como Sage, aunque era necesario que me mantuviera como Sasha.
La mayor parte del tiempo, de mis labios salían tonterías, pero mi actitud era diferente por completo. Cuando hacía algo, lo hacía bien. Puede que mis palabras le dieran razones para despedirme, pero la eficacia con la que había trabajado le daba razones para mantenerme a su lado.
En menos de tres días, organicé todos sus documentos de ese año, desde la fecha más antigua hasta la actual. Y sabía cuándo debía interrumpir una reunión.
Mi meta es ser su mano derecha, aunque tenga que quebrarle la izquierda.
Le hice preguntas a Kelya de una forma tan casual que ni siquiera notó mis planes, y sí, me dio respuestas de algunas cosas importantes.
—Buenos días, jefeci... jefe. Aquí tengo los documentos del mediodía —le extendí el expreso. Ya me permitía llevarle el café.
Le dio un sorbo, sin dejar de mirarme.
—¿Y los documentos de...
—Esos documentos están en su escritorio.
—¿Y las citas de mañana?
—Las citas de mañana las organicé en orden alfabético. Así sabrá cuando llegue el turno del molesto señor Donovan —dije, calmada.
Donovan era un anciano que no quería ceder el terreno para la construcción de una nueva sucursal de la empresa, pero iba cada semana para saber si había aumentado el valor de la propuesta inicial.
Keller hizo una mueca, entró en su oficina, y yo lo seguí.
Llevaba varios días a su lado, y no se había dignado a agradecerme.
Desabrochó la chaqueta de su traje, se la quitó y tomó asiento en la silla de su escritorio (o como yo le decía: en el Trono).
Me senté en la silla que estaba frente a él. Me había sentado en esa silla desde que llegué, no había necesidad de que me sentara en la esquina. La esquina de la secretaria número uno.
Mi mirada se enfocó en su camisa, que estaba demasiado ceñida a su cuerpo. Los botones estaban sufriendo y me amenazaban con golpearme en un ojo. No los escuchaba, pero sé que me estaban pidiendo auxilio.
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El plan de Sage
RomanceEs cierto que las palabras no provocan daño físico, pero penetran hasta los más profundo de tu mente, y se adentran en tu corazón. Una vez cada palabra de aversión se acumula en ese órgano tan esencial, la dureza y la oscuridad se apoderan de él, ha...